24 jun 2012

El verdadero amor platónico

Recuerdo cuando te vi por vez primera: eras una chica guapa, estilosa, dulce y con cara de niña buena. Siempre quería volver a verte y forcé nuestros encuentros. Me acerqué e hice que pareciese casualidad la primera vez que hablamos.
Y hablarte fue mi perdición. Porque sonreías como nadie. Porque descubría cosas de ti que sólo elevaban más y más el pedestal en que te hallabas. Soñaba contigo noche tras noche. Te idealicé y te creí perfecta.
Luego ganamos confianza y compartimos secretos. Me obsesionaba la posibilidad de que pudiese significar algo para ti. Entendí que jamás sería feliz si no era a tu lado. La vida sólo podía adquirir sentido si la compartía contigo. Me enfermé de ti.
Hasta que en una noche inesperada ocurre. Entramos en contacto. Nos acercamos. Nos tocamos. Nos besamos. Nada existe alrededor. De pronto estamos desnudos y en la cama. Descubro que también en eso eres una diosa. Tus curvas, tu feminidad… jamás había imaginado felicidad semejante. Cómo te movías, qué me hacías, cómo disfrutabas... nunca olvidaré la imagen de tu cara extasiada.
Y desde aquella noche pienso que a la mierda todo lo demás: tu dulzura, tu cara de niña buena, nuestros primeros encuentros, tus primeras palabras, tu sonrisa, tu pedestal, nuestros secretos… la felicidad, el sentido de la vida, ¿qué coño importa todo eso? Mi única obsesión es follarte a muerte otra vez. Y luego otra, y otra, y otra. A muerte.

1 comentario:

  1. Sino fuera porque se lee solo y me gusta, te mataba...:)
    Sigue así

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