20 jun 2012

Una historia en la noche

El alcohol corría a caño libre por las venas de Lolo y Beni. Demasiado alcohol como para aguantar sentados alrededor de la mesa redonda de una terraza. Y hablando. Hablando, hablando y hablando. ¿Qué puto sentido tenía eso? Necesitaban un poco de salsa.
Por eso Beni se rascó la nariz y Lolo lo comprendió enseguida. Tocaba empolvarse la tabicada en el retrete del bar.
Ni siquiera disimularon. Solamente se levantaron y entraron juntitos camino de la gloria. Pero fue poner una mano en la puerta del baño cuando una voz grave sonó bien alta tras la barra:
Olvídalo, Beni.
La camarera no les había quitado ojo desde que entraron.
No jodas, María dijo Beni.
Entonces María se acercó y trató de hablarles en bajo:
Anda la poli muy cerca. Creo que sospechan algo.
Pero si somos la mar de discretos juró Lolo, ansioso. Será sólo un momentito.
Hoy no, Lolo. No me hagáis la perrada.
No jodas volvió Beni–, ni que fuésemos unos yonquis.
—Si ya lo sé… pero hoy no va a poder ser.
—¿Y qué coño hacemos? –pensó Lolo en voz alta.
—Buscaos otro sitio –concluyó María, inflexible–. Contad conmigo para otro día. Pero hoy…
Beni y Lolo salieron y ni siquiera saludaron a sus compañeros de terraza. No había otros bares conocidos cerca. Pero sí callejones.
—No nos queda otra, ¿no? –dijo Beni.
—Eso parece.
—Ya.
—Pero no hay problema.
—No.
Estaban en un callejón. Nadie por un lado. Nadie por el otro. Sólo olor a meos y un par de repisas perfectas para apoyar el instrumental.
—¿Cuánto te queda? –preguntó Lolo.
—Más de medio –calculó Beni.
—Cojonudo. ¿Planchas tú o plancho yo?
—Yo mismo.
—¿Quieres mi cartera?
—Venga…
Beni apoyó en la repisa la cartera de Lolo. Después sacó la bolsita con la coca y depositó una montañita generosa. Lolo vigilaba. Ni un alma. Entonces Beni usó su DNI para formar las rayas. En unos segundos estaban preparadas.
—¿Es de Xoán? –preguntó Lolo. Xoán era su camello habitual.
—Sí.
—¿Y qué tal?
—Vas a flipar.
—¿Cuánto tengo que poner?
—Yo invito.
—No, no… dime cuánto.
—Ya echaremos cuentas. Ahora toma.
Beni enrolló un billete de veinte y se lo ofreció a Lolo. Éste lo hizo un poco más fino y se lo puso en la nariz. Beni solía hacerlo: dejar que otros empezasen, así él se quedaba con su raya y con los desperdicios de los demás. Normalmente hasta chupaba la cartera y el DNI hasta dejarlos bien limpios.
—Va –dijo Beni.
—Va –dijo Lolo.
Lolo inspiró con fuerza y la droga atravesó su pituitaria. Necesitó dos tiradas porque la raya era demasiado larga y nunca fue de succión fuerte, como decía Beni. Terminó y se sacudió la cabeza mientras le devolvía el turuto a Lolo.
—¿Qué tal? –preguntó Beni, sonriendo.
—Parece buena.
—Ya te lo decía yo.
Beni se agachó e iba a meterse el billete en la nariz para tomar su parte. Entonces observó que al fondo del callejón unas luces azules se hacían cada vez más brillantes hasta que aparecieron en la bocacalle.
—Mierda –dijo.
—¿Qué?
—La poli. ¡Vamos!
Echaron a correr. Lolo cogió la cartera intentando que la raya no se deshiciese.
—Mierda –dijo Lolo.
—Tira eso, joder.
—¿Qué dices?
Que sí, hostia. Si nos pillan con eso es peor.
Pero Lolo no hizo caso y perdía ritmo. Dos polis corrían tras ellos y les gritaban que se detuviesen.
¡Apura! –exigió Beni.
—Eso intento, pero se me cae.
—Que tires eso, ¡hostia!
Se frenó Beni y le arrebató la cartera a su compañero. Con una sacudida la coca voló tras ellos. Ahora corrían a la par.
—¡Por ahí! –gritó Beni.
Estaban en una calle ancha, sin obstáculos, perfecta para alcanzar una buena velocidad. Lolo adelantó a Beni y pronto le sacó unos metros de ventaja. No podía Beni evitar quedarse atrás. Lolo era bueno sobre la bici y sus piernas estaban preparadas. Desde luego, mucho más que las suyas.
Los polis se le acercaban. Beni empezaba a temerse lo peor.
—¡Mierda! –dijo–. ¡Tú tira!
—Apura, joder.
—Que tires, ¡hostia!
Beni sintió la derrota en sus pasos decelerados. Escuchaba a los polis acercarse y gritándole. Entonces cogió la bolsita de droga del bolsillo y la tiró a un lado haciendo canasta en una alcantarilla. Sería su palabra contra la de los polis.
Corrió y corrió todo lo que pudo. Perdió a Lolo de vista. Todavía tenía su cartera en la mano.
Entonces pensó. Pensó en qué pasaría si lo pillaban. Seguro que su carrera superior y sus dos másteres le servirían de muy poco. Sólo sería un criminal y no un tío con un expediente académico brillante, quizá con demasiadas ganas de salsa. Ya estaba bien de tanto sentarse y hablar y hablar como putos viejos.

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