Son las siete
menos algo de la mañana y la cabeza —parece mentira— está bastante fresca. Me
cago en dios cuando suena el despertador y concluyo que ya no me quedan más
cojones que levantarme si no quiero andar apurado, pero luego, una vez desayuno
y estoy en la carretera, mi cerebro posee cierta actividad. Me parezco más a un
zombi de vuelta a casa, entre bostezos.
Son cuarenta y
ocho kilómetros de camino. Quince rotondas, nosecuantos tramos de cincuenta,
curvas de mierda, algún coche volcado. Y aún de noche, por supuesto. Total:
cincuenta largos minutos para llegar al chollo, porque soy así de rata y no pago
el peaje hasta la vuelta.
Entonces
imagino cosas.
Hay un tipo
subido a la mediana (donde hay mediana), y la gente va corriendo hacia él y el
tío les da un puñetazo que los deja secos y los empuja a una especie de hoyo cuyo
fondo no se alcanza a ver. Las farolas disparan rayos láser verdes que pillan a
uno de cada tres coches. La gente arde viva dentro pero así es la carretera del
futuro. Las casas se levantan y salen corriendo arcén arriba, hasta los cojones
de los inquilinos. Las señales de cincuenta son electrónicas y su valor sube y
baja como la bolsa. Ahora están a treinta y uno con cinco, ahora a noventa y
tres con algo. Mola porque si la pillas arriba vas fostiado. El fuego se come
los árboles de los alrededores, que se lanzan llamaradas de un lado a otro.
Debajo de ellos hay milicias de pueblerinos que se llevan fatal y andan a
tiros, escondidos en trincheras improvisadas. Hay que tener cuidado; de hecho
mi Corsa ya tiene un par de balazos en la carrocería. Luego están las rotondas.
No todas son circunferencias. Hay espirales 3D e hipérbolas que se prolongan
hasta el infinito. Lo que me jode es que
no sé a quién ceder el paso. Entro en un túnel y es una especie de trance
psicodélico. El fondo es negro pero hay luces verdes, amarillas y rojas
formando espirales en movimiento. Los paisanos corren por el arcén más rápido
que yo por mucho que le pise: me pregunto si no seré gilipollas por no hacer lo
mismo; haría deporte y ahorraría. Los semáforos caen como guillotinas a
intervalos regulares de nos segundos, pero es fácil evitarlos cruzando en el
momento oportuno.
De pronto
todas las casas son puticlubs y de sus puertas salen tipas que ofrecen sus
cuerpos esculturales por bien poco: veinte euros. Quince, diez. Cinco, uno con
diez, ¡como el café! Mierda, tengo novia, pienso. Sigo de largo.
El tío de
enfrente viene con las largas puestas y se me quema la córnea. Duele bastante.
Lloro. Pero hay que llegar al trabajo aunque ya no tenga ojos. Satanás está
haciendo autostop. Iba a pillarlo pero se me adelantó el hijoputa de delante,
¿quién sería? Veo un cartel a un lado:
Alex P1
+1.0
¡Bien! Le
quito un segundo al que viene detrás pero miro por el retrovisor y parece que
me está comiendo el culo. ¿Cómo será que te coman el culo?
El coche de
delante es un gran fardo de billetes que dice ¡catch me! Pero cómo corre el hijoputa. Bárcenas me adelanta y los
pilla por la ventanilla. Me mira, me hace una peineta y se echa un eructo
gigante del que sale una gaviota. Luego me acuerdo de que a mí me llaman Luis
el cabrón cuando me peino hacia atrás.
Las líneas
blancas de la carretera se convierten en cocaína. No me drogo ¡pero es un
chollo! Saco la nariz por la ventana e intento esnifar. Solo la polución
alcanza mi pituitaria. Me frustro muchísimo.
Pero luego pienso: Alex, si tú no consumes
drogas. Y vuelvo a pensar: ¿habrá alguna que consiga que todo esto sea verdad?
...tranquila me quedo ...
ResponderEliminar...tranquila me quedo ...
ResponderEliminar