19 mar 2014

El recuerdo irrecordable

Hay recuerdos que pueden no haber existido, fruto de una imaginación que los necesita como sustento.
Era un caluroso verano y los amigos jugábamos al fútbol en la arena mojada y nos bañábamos durante horas. Sólo tomábamos el sol para secarnos; el resto del tiempo en la toalla era tiempo perdido. Agotábamos nuestras energías desde el amanecer pero no concebíamos el cansancio como estado posible del organismo.
De regreso al camping nos encontrábamos al grupo de chicas: Lorena, Mónica, Adriana y Eva. Venían de una calita a la que no nos atrevíamos a ir para que no se pensasen que las perseguíamos.
Ellas caminaban delante y cuchicheaban, lanzando sonrisitas y miradas furtivas al grupito que les seguía. Nosotros las mirábamos en silencio pero todos pensábamos lo mismo.
Por las noches teníamos permiso hasta las doce antes de retirarnos a las tiendas de campaña. El comedor se vaciaba antes pero nosotros tomábamos refrescos y jugábamos al billar y al futbolín hasta que venía la vieja vigilante a echarnos. A veces se quedaban también las chicas y así fue como nos fuimos conociendo.
Desde un principio yo me fijé en Adriana. Tenía una mirada por la que sabías que jamás te haría daño. Con eso bastó para que yo sintiera algo muy, muy fuerte.
Todos, chicos y chicas, se dieron cuenta de que sólo me importaba ella. Sentía un tremendo nudo en el estómago si no la veía y un enorme alivio cuando aparecía delante de nosotros de vuelta al camping. Hablé con ella, poco a poco: qué había hecho hoy, qué tal las clases, dónde vivía, qué le gustaba hacer, qué planes tenía hasta final de verano...
Fue Mónica, su mejor amiga, quien me dio la mayor alegría de mi vida cuando, aprovechando un momento en que me había quedado sólo en la mesa no recuerdo por qué, me pidió que la acompañase afuera y me dijo que le gustaba a Adriana desde hacía días, que ella no se atrevía a decir nada y que hiciese yo algo antes de que se pasasen las dos semanas de camping que nos quedaban.
Nunca estuve tan contento y nervioso a la vez como cuando volví a hablar  con ella, apoyados en la mesa de ping-pong, ella bebiendo un extraño batido por una pajita y yo con una Coca-Cola de bote. Ambos sabíamos que no iba a ser una noche cualquiera y nos costó horrores quitarnos los nervios de encima. Al final lo hicimos y, tras un largo rato de rodeos, conduje por fin la conversación hacia el lugar que me interesaba. Jamás había hablado de sentimientos con una chica y, cuando lo hice, no sabía si iba bien encaminado o si estaba haciendo el ridículo.
Así estuvimos otro buen rato hasta quedarnos solos en la sala. Se suponía que había que dar un paso más. Pasaban diez minutos de las doce, la hora límite, cuando me atreví a acercarme a ella hasta eliminar cada uno de los centímetros que nos separaban, juntando nuestras bocas para no separarnos durante segundos, en un momento mágico y creo que irrepetible. Nos besamos más y más y nos dimos la mano y nos volvimos a besar hasta que escuchamos los pasos de la vieja vigilante al otro lado del pasillo que venía a comprobar que nadie permanecía todavía fuera de sus tiendas.
Adriana y yo nos despedimos citándonos para el día siguiente. Cuando entré en mi tienda, mi compañero se metió conmigo y quiso saber más. En el fondo me tenía envidia. Me metí en el saco de dormir y creo que nunca dormí tan feliz como aquella noche.
La lástima es que de los buenos sueños uno siempre se termina despertando y preguntándose ¿por qué? Preguntándose también si eso que ha soñado ha sido real o no. Diciéndose «ojalá» y lamentando no saber cuándo se volverán a repetir tan maravillosas imágenes.

2 comentarios:

  1. Buah! A medida que iba leyendo olvidé el título del relato y la primera frase del mismo. ¡Creí que había sido verdad! Pero bueno, fue bonito el sueño mientras los ojos siguieron cerrados. Mejor que lo mío, que la primera vez que estuve en una situación parecida fue ridícula. Real, pero ridícula. Todavía se me pone el vello de punta al recordarlo. Si en ese momento hubiese podido salir de mi propio cuerpo me hubiese carcajeado de mí mismo, por patán.
    Eso sí, desde entonces uno ha aprendido lo suyo, creo que por la firme promesa de no volver a pasar por un trance semejante.
    Me ha parecido un relato muy entrañable y sensible. Me ha dejado con una sonrisilla.

    Un saludo!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Lo que sí fue real fue el sueño, igual que la sensación de melancolía al despertarme y concluir que todo había sido una invención

      Un saludo y gracias por tus comentarios.

      Eliminar