24 mar 2014

Las aventuras de un alma condenada

El bueno de Yon nació torpe. Hubo que tirarle de una pata para que viese la luz. Como torpe creció, con escasas amistades durante la infancia y nulas novietas una vez le crecieron pelos ahí abajo. También como torpe se hizo mayor hasta que un buen día el bueno de Yon murió de la forma más torpe, pisándose los cordones de los zapatos y cayéndose a la vía del tren justo cuando pasaba por allí una locomotora de ciento cincuenta toneladas.
El pobre Yon... espachurrado con toda una vida por delante.
Se levantó de la vía el alma de Yon, abandonando el cuerpo que otrora fue suyo reducido a un amasijo de sangre y vísceras: ¡qué asquito! Pero el alma resultó indemne y, como buen chico que había sido, se apareció un ascensor que ponía "sky" en letras doradas y entró en él.
Por el camino se veía su ciudad y luego su país y luego la tierra entera. Yon-a (abreviatura de Yon-alma), del vértigo que sintió, no pudo apretar durante más tiempo los esfínteres y dejó escapar un maloliente pedo. El aroma asqueroso le hizo pensar por un momento que seguía vivo y aspiró muy, muy fuerte.
El ascensor se detuvo y se abrió la puerta. Había nubes a sus pies que no parecían muy estables.
—Pisa sin miedo —le dijo un señor barbudo que debía de ser San Pedro desde una mesa situada unos metros más allá. Tenía pinta y pose de funcionario—. Son sólidas como una roca.
Yon-a se acercó temeroso, tanto por el suelo inestable como por la impresión del momento.
—Yon, ¿eh? —San Pedro revisó sus papeles—. Ajá, uhm, ohhh...
Así deliberó durante minutos, rascándose la barba a la altura del mentón:
—Ajá, uhm, ohhh...
—Pues la cosa está clara —dijo después San Pedro—. Por aquí.
Dio Yon-a dos o tres pasos hacia unas puertas que ponían "paraíso", siguiendo el dedo del barbudo que las señalaba. Cuando estaba a apenas un metro, un agujero se abrió a sus pies y cayó al vacío sin tiempo siquiera a sentir vértigo. Sólo escuchó las risas de San Pedro a lo lejos mientras perdía metros y luego kilómetros de altura.
El golpe iba a ser terrible. ¡Mortal! ¡Pero si ya estaba muerto! ¿Qué me sucederá entonces?, se preguntaba Yon-a.
Pues sucedió que alcanzó una velocidad supersónica durante la caída y gritó de espanto. Cuando estaba a sólo centenares de metros del suelo cerró los ojos y no quiso saber nada del impacto. Se tensionó a tope y se produjo el golpe que, para su sorpresa, resultó del todo indoloro. Ni un rasguño.
El problema es que siguió cayendo un poco más. ¡Estaba perforando la tierra! Vio diferentes estratos de la corteza, roca, esqueletos, fósiles y, por fin, magma. Ahí dejó de caer.
Cuando se incorporó se sentía muy aturdido. Lógico. Alguien tocó su hombro.
—Eh, tú —un enano con zancos le miraba, se dio media vuelta y echó a andar—. Por aquí.
Caminaron. El paisaje era todo herrumbres en llamas y piedra humeante en el suelo. Se oían carcajadas y gritos de dolor, imposible saber de dónde venían. Fueron a parar a una gran sala con aire acondicionado. Se estaba bien allí. Un tipo de rojo y con cola y cuernos, que debía de ser Satanás, echaba cuentas en una hoja y, sin levantar la mirada, se dirigió a los recién llegados:
—¿Este es Yon? Viene de arriba, ¿verdad? —durante un instante abandonó sus números y leyó el expediente de Yon-a—. Era obvio: pecador de pensamiento. Axel, llévalo a su habitación.
Yon-a apenas podía entender nada ni lo pretendía. Se limitó a seguir al enano entre más piedras humeantes e hierros en llamas. Recorrieron un largo pasillo hasta detenerse.
—Aquí —dijo el enano, señalando el interior de un dormitorio que parecía bastante amplio—. Mucha suerte.
Yon-a entró y la puerta se cerró acto seguido. Estaba encerrado. Avanzó por la estancia. Había un amplio cuarto de baño, una televisión de plasma y un colchón gigante con aspecto de cómodo.
Como no tenía mejor cosa que hacer, el alma condenada de Yon durmió una plácida siesta. Empezaba a gustarle el infierno. Podría acostumbrarme, se dijo.
De pronto sonó una musiquita por una especie de megafonía. Era la voz de Satanás:
—Hora de purgar vuestros pecados.
Sintió miedo. Todavía no comprendía muy bien sus pecados ni la clase de torturas que le aguardaban. Las luces se apagaron y, cuando se encendieron otra vez, el paisaje de su habitación había cambiado. Seguía en la cama pero, alrededor, en lo que antes eran las paredes, había la imagen más increíble que el muchacho pudiera imaginarse: dispuestas en círculo había siete mujeres cuya cara no podía ver. Estaban desnudas, con las piernas bien estiradas y el tronco inclinado hacia adelante. Eran siete pares de piernas bien largas con siete pares de nalgas en pompa y siete entrepiernas, sin nada más, colocadas en posición receptiva. ¿Había algo más maravilloso? No, definitivamente no, pensaba.
Para colmo la habitación empezó a llenarse de aroma de mujer, aroma de ahí abajo para ser exactos, y Yon-a creyó enloquecer. Encima se escuchaban mujeres gimiendo de placer y diciendo «¡ven!». ¡Eran ellas!
Yon-a no podía creérselo. Lloró de emoción y se cercioró de que las imágenes eran reales, frotándose los ojos reiteradamente. ¡Seguían allí y cada vez gritaban más! ¡Qué preciosidades!
No lo dudó más y se bajó los pantalones. Tenía la mayor erección que recuerda su virgen cabecita. Se acercó a la primera de ellas y, cuando iba a rozarle una nalga con la mano, comprobó que una invisible lámina de vidrio se interponía en su camino. Un finísimo cristal que iba del techo al suelo le separaba de la gloria. ¡No podía tocarla! Probó con la segunda. Nada. Ni la tercera, ni la cuarta, ni la quinta, ni la sexta, ni la séptima. ¡No podía ser!
Pero sí, así era. Yon-a trató de romper el cristal con una silla, una cómoda y la tele de plasma, inútilmente. Allí seguían los preciosos culitos, inmóviles e inaccesibles.
Lloró de desesperación y se echó en la cama. ¿Cuál había su pecado para merecer eso?
Se incorporó y encontró en la mesilla una notita que se lo dejaba bien claro, justo antes de que las luces se apagaran y se anunciara el fin de la hora de la purga por aquel día: «pensamientos impuros».

2 comentarios:

  1. Si lo haces, malo, y si no lo haces, peor. Pobre Yon. ¿Es éste un Dios justo y generoso? Yon nunca hizo daño a nadie, sólo se limitó a dejar volar su cabecita. Espero que en el Paraíso las cosas no funcionen como en la Tierra, que los indefensos pagan por todo y los poderosos campan a sus anchas con total impunidad de sus actos.

    Si me admites una pequeña sugerencia, te la doy. En mi opinión, creo que el final del relato sería mucho más efectivo si el pecado de Yon sólo se menciona en ese momento, al final. ¿Tú cómo lo ves?

    Un saludo!

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    1. Mr. M. Claro que puedes hacer sugerencias. De hecho las agradezco y, en este caso, tienes razón. Aunque sólo menciono explícitamente el pecado al final, antes dejo entrever por dónde van los tiros y se pierde un poco la sorpresa.

      ¡Un saludo!

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