18 may 2014

Para no aburrirme

Mi vida era un auténtico aburrimiento. De casa al trabajo. Del trabajo a casa. Una buena cena y un polvo de vez en cuando y para de contar. Pero me aburría, me aburría, ¡me aburría!, y eso no podía soportarlo. Tic, tac, tic, tac, escuchaba el reloj vital de mi cabeza. ¡Basta!, me dije, y tomé las riendas de mi tiempo para evitar volver a pronunciar la terrible palabra.
Vida social, eso es. Me falta activar un poco mi vida social, pensé. Así que me recorrí con mis amigos todas las verbenas de pueblo en pueblo, organicé tremendas cenas-juergas en casa y los convencí para pasar una semana loca en el Caribe. También con mi novia, pobre de ella, me hice unas cuantas escapadas de fin de semana a casas rurales y, durante un mes, le escribí un poema por día que le mandaba por carta o por mail.
No bastaba. Tenía también que dedicarme a mí mismo. Un poco de cultura. ¡Bien!, ¡culturízate! Me leí los siete libros de "En busca del tiempo perdido", me apunté a clases de chino, hice un curso de veinticinco horas de escritura creativa, un master on-line de relatividad general y cada viernes acudía a un coloquio para jóvenes lectores y escritores que resultó una jauría de borrachos petulantes.
Algo de deporte me vendrá bien, me decía. El deporte es bueno para el cuerpo y para el alma. Fui a clases de yoga, GAP y pilates, aprendí a hacer surf y a bucear a diez metros de profundidad, preparé y corrí la maratón en menos de tres horas, me llevé a los amigos a los karts y al paintball y hasta hice rafting, kitesurf, puenting y paracaidismo.
Y aún así no me llegaba. Por eso actualicé todas mis redes sociales e hice centenares de amigos, recogí perros y gatos abandonados en las calles, fui a clases de guitarra eléctrica y pinté cuadros al óleo que traté de vender por internet, hice un curso de alta cocina y me compré un telescopio para ver las estrellas y espiar a las vecinas.
Pero también practiqué autobotellones yo solito en mi habitación, me monté en un tren sin saber adónde se dirigía,  escribí mensajes en una botella que luego solté en el Atlántico, me leí un libro de sexo tántrico y me apunté a una extraña secta satánica hasta que una buena noche sacaron los cuchillos para una especie de rito de sangre.
Así me convertí en el tío más ocupado del mundo. Ya no había aburrimiento. Ya no todo era de casa al trabajo y viceversa. Pero desde entonces una pregunta me invade las entrañas y no me deja en paz: ¿quién soy yo?, ¿qué coño soy? Desaparecí como ser para convertirme en acción. Ya no existo sino como un cúmulo de actividades estúpidas. Mi alma se ha escapado de mi cuerpo desde el mismo momento en que dejé de aburrirme. Tengo que pedir ayuda pero no sé a quién. Probaré a aburrirme a ver si mi alma regresa. ¡Pero odio el aburrimiento! Ya, pero ¡quiero volver a ser yo! Esto es un agobio, una tortura constante. Ya no siento, no padezco. Ya no pienso, actúo. Ya no deseo, hago.
No me digáis que la vida no es una mierda.

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