3 may 2014

Una noche en el parking

Hay trabajos de mierda y luego está el trabajo de Ray. Ray es el guardia del turno de noche en el parking Western's, a dos minutos a pie del centro de la ciudad. Llegó el último y los demás compañeros habían decidido que el nuevo se quedase con el horario nocturno hasta nueva orden. Uno de ellos era hijo del empresario y los demás, coleguitas. Ray lleva tiempo pensando en darles una buena paliza.
Llevaba ya seis horas de jornada. Ni un coche entrando ni saliendo en las últimas dos. Ni un ruido extraño. Ni un movimiento sospechoso en los monitores. Los donuts se habían terminado y la conexión a internet no funcionaba. Había ido a cagar y a estirar las piernas dos veces. Se había masturbado una vez y lo había intentado una segunda. Había leído tres o cuatro páginas de un libro pero no era él muy de leer. Ray era más bien de acción: de bailar, de follar, de darle al trinque y de meterse en peleas. Pero los guardias jurados estaban muy vigilados y se jugaba la cárcel si lo pillaban con una petaca de whisky o con una puta en la garita.
Una de las pantallas recogió un movimiento extraño. Ray ni siquiera detuvo un bostezo cuando comprobó que un coche se movía. No había arrancado; sólo se balanceaba como si una parejita estuviera haciéndolo dentro. Pero la imagen no era nítida. Debía ir a comprobarlo. No es que le importase que aquello fuese un picadero pero también se jugaba una buena multa si permitía que los chavales entraran allí a retozar.
Las luces se encendían automáticamente tras sus pasos. Ray describía círculos con la porra. Silbaba. Pensó en lo buen estudiante que había sido y en el día en que le dijo a su padre que no quería estudiar más. «Entonces trabajarás», le había contestado. Y allí estaba, once años y siete trabajos de mierda después, dando las gracias al señor porque aquel paseíto le pusiera un poco de marcha a la jornada.
Estaba ante la ventanilla. Los cristales eran tintados y no se veía el interior. El balanceo seguía. «Toc, toc», golpeó la porra en el cristal. Cesó el movimiento. Una ventanilla se bajó y apareció la cara de una chica.
—¿Todo bien? —preguntó Ray.
—No. Claro que no —respondió una dulce voz.
—¿Y cuál es el problema?
—Este.
La ventanilla se bajó hasta el final. La chica estaba completamente desnuda, mostrando unos bonitos pechos turgentes y unas piernas finas en contacto con la tapicería. La erección de Ray fue instantánea y no supo qué decir ni qué hacer.
—¿Nunca has visto a una mujer desnuda? —le preguntó ella.
—Eh, sí, bueno, pero... sí, claro, pero es que...
—¿Te pongo nervioso?
—Bueno, es que no todos los días... en realidad nunca...
Ray no podía mirarla a la cara. Pensó lo fácil que sería montar y forzarla. Nunca había estado con una mujer como aquella y tuvo que luchar contra sus instintos.
—Pero —dijo—, ¿qué haces así? ¿es que no...?
—¿Eso qué más te da? ¿No te gusta?
—Sí, claro, pero...
—¿Pero qué? ¿No te apetece subir?
—¿Subir? ¿Ahí? ¿Al coche? Oh, no, no...
—¿Estás casado?
—No, no. Divorciado, exactamente.
—Oh, vaya, tan joven y con ese historial.
Y más cosas que la chica no sabía, como la condena a dos años por acoso sexual cuando aún estaba en el instituto.
—Sube —dijo ella—. La puerta está abierta.
La joven señaló al seguro, que estaba levantado. A Ray no le cabía el pene entre los calzoncillos y sufrió verdaderos dilemas morales. Ya sabéis, el querer y el deber. Todas esas cosas.
—Es que... —dijo—. No estaría bien. Si me pillan me echan...
—¿Si te pillan? Vamos, ¿qué probabilidades hay de que eso suceda?
Ninguna. Realmente ninguna. Eso pensó Ray. Y también se imaginó entrando en ese coche y empotrándola contra el asiento, envistiéndola hasta hacerle un poco de daño y tirándole de los pelos hasta llenarla con su esencia.
—No —dijo él—. Creo que no debo.
—¿Y vas a desaprovecharme?
La chica abrió ligeramente las piernas. Ray vio que tenía sólo unos centímetros cuadrados de pelo ahí abajo, y juraría que le llegó a sus narices un poco de aquel olor interno.
—Creo que te estás equivocando —dijo Ray—. No deberías ir así...
—¿Equivocada yo? ¿Quién se equivoca?
Se abrió un poco más de piernas y se acercó a la ventanilla. Sacó la lengua y se la pasó entre los dientes. Ray dijo joder y cerró los ojos. Entonces la puerta del coche se abrió y una mano tiró de su porra hacia el interior. El guardia no sabía si hacer fuerza e impedir su propio desplazamiento o dejarse llevar, pero antes de resolver su duda su cabeza estaba ya dentro y su pie izquierdo tocaba la alfombrilla bajo los pedales.

1 comentario:

  1. Wow! La fantasía de todo tío, un encuentro sexual inesperado que venga a romper la rutina del curro. La de veces que habré soñado yo cosas así, que mi lugar de trabajo es ideal para situaciones de este tipo.
    Has descrito muy bien la escena y, en cierto momento, he llegado a pensar que la tía del coche era una vampira que lo único que al final iba a chuparle era la sangre.

    Un saludo!

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