Eran cosas del
año 3000.
Jaye había salido
de la cueva para ver a Paddie, una compañera de la que se había enamorado
cuando todavía eran niños. Pero ahora no lo eran y el encuentro entre los
adolescentes implicaba un riesgo enorme para ambos. Jaye había desoído las
órdenes de su tutor y salió a plena luz del día, ignorando todos los peligros,
fruto quizá de su enamoramiento y de su mente carente de trágicos recuerdos por
escapadas como aquella. Por eso Lem, su tutor, salió a buscarlo a grito pelado,
aún a riesgo de su propia integridad.
—¡JAYE! ¡JAYE!
—gritaba.
Buscó en calles y
alcantarillas. Entró en varios edificios ruinosos y en una antigua fábrica de
comprimidos alimenticios.
—¡JAYE! ¡JAYE!
Comenzaba a
desesperarse. No halló a nadie a quien preguntar si habían visto a un joven
rubio y albino con un chándal gris. Era lógico: ¿quién se atrevía a deambular
con el sol cayendo a plomo?
—¡JAYE! ¡JAYE!
—gritaba con todas sus fuerzas.
Dobló una
esquina. Accedió a una obra de hacía mil años de un centro comercial. Nada.
Luego probó en la depuradora: los canales subterráneos podían ser un lugar
relativamente seguro para el encuentro. Pero ni rastro.
Salió de allí y
escuchó aquellas pisadas y aquellos sonidos agudos. Los tímpanos le dolían. Se
encontraban cerca. Estaba en peligro. El corazón le latió más deprisa y comenzó
a buscar a Jaye sólo con la mirada, sin osar pronunciar su nombre para no dar
pistas de su ubicación.
Entró en el
vertedero. Podría esconderse entre la chatarra hasta que pasase el peligro.
Quizá tuviera que dormir allí, pero no importaba si con eso daba con su pupilo.
Entonces a lo
lejos vio a uno de aquellos seres y se escondió en un hueco improvisado.
—Mierda —dijo.
El ser caminaba a
unos doscientos metros pero, si lo veía, sabía que no tenía opción alguna de
escapar. Era imposible huir. IMPOSIBLE.
La emoción fue
máxima cuando entre un montón de basura, en una montaña situada a dos
explanadas de distancia, pudo ver a Jaye y a Paddie, también escondidos,
hablando y acariciándose, exitosos de su encuentro, pero inconscientes del ser
maligno que rondaba el vertedero.
Y lo que era
peor. ¡El ser iba hacia ellos! Sin duda no los había visto, de lo contrario
hubiera echado a correr alcanzándolos en cuestión de segundos, pero era cosa de
no más de un minuto que, al ritmo que llevaba, se los encontrase en su campo de
visión y para entonces sería demasiado tarde.
—Tengo que hacer
algo —se dijo Lem.
Pensó en gritar
su nombre y atraer la atención del ser, ofreciendo su muerte para salvar a
Jaye, pero el grito podría hacer venir a más seres que terminarían dando
también con el joven.
—Ya está
—concluyó.
Salió de su
escondite y, en la explanada, corrió de un lado a otro y agitó los brazos
airadamente hasta que el ser le vio y clavó su mirada en Lem. Objetivo
cumplido. Aquella enormidad venía hacia él, justo en el momento en que Jaye y
Paddie le vieron también y, antes de preguntarle qué hacía, Lem les ordenó
silencio y que regresaran a su escondite. Los jóvenes hicieron caso
instintivamente.
Lem dio media vuelta
y echó a correr. Era inútil pero ganaría tiempo para su pupilo. Corrió y corrió
y pasaron veinte o treinta segundos hasta que sintió las pisadas y el sonido
agudo, más agudo que nunca, rozando sus talones. Entonces la nube de gas le
envolvió y empezaron las dificultades respiratorias. Le habían hablado de eso
y, efectivamente, estaba sucediendo. Era su método de caza. Sin contactos. Sólo
gas. Comenzó el picor de garganta y la taquicardia. Perdió el equilibrio y
cayó. El ser le miraba, esperando su muerte mientras agonizaba. Al menos le
quedó el consuelo a Lem de mirar por última vez el escondite de Jaye y Paddie y
comprobar que no estaban allí.
Aquella noche las
ratas cenarían ser humano. Un manjar exquisito y que no se podían permitir
habitualmente.
Llevaban
quinientos años dominando el planeta y evolucionando. Ahora los humanos eran la
comida y debían andarse con mucho ojo para no terminar en el estómago de
aquellos seres horrendos de doscientos quilos de peso y dos metros y medio de
envergadura.
Hey! Este me ha gustado mucho. Lo cierto es que lo he leído como si fuese el primer capítulo de una novela de ciencia ficción. Deberías planteártelo. ¿Ratas gigantes persiguiendo a los humanos en un futuro desolador? ¡Mola!
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