Félix se sentó
en el váter y cagó con estrépito. Primero fueron dos o tres pelotitas hasta que
llegó el gran misil. Le gustaba el gran misil. Significaba un trabajo bien
hecho. Era un viejo y mugriento retrete, con una cisterna que no dejaba de
perder agua y unas cuantas tiras de bacterias verdes justo por donde cae el
agua, pero allí estaba él, sentado en su trono y deshaciéndose de su mierda.
Terminó y se
pasó el papel por el culo. Le dolió. Lo miró y, efectivamente, había gotitas de
sangre. Solía pasarle y no lo entendía. ¿Almorranas? ¿Por qué? Envolvió el
papel y lo dejó caer. Así un par de veces más.
Seguía
sentado, respirando, metiendo en sus pulmones los gases de la cagada. Pero eran
sus gases, el fruto de su vientre,
¿por qué sentir asco? Le vino a la mente la imagen de la muchacha de anoche.
Podría llamarse Belén y pudo haberla conocido en el bar de la esquina. Puede
que se hubiera terminado de emborrachar con ella, que se la hubiera llevado a
casa y que, después de follar hasta dejarle las uñas clavadas en la espalda y
con sangre en las sábanas, se hubiera largado en mitad de la noche para no
volver. Sí, podía ser que sucediera eso pero no lo recordaba muy bien.
Aunque sí
tenía una vaga imagen de una joven con gafas modernas, un moño bien alto que le
dejaba ver toda la nuca, unas piernas de escándalo y vestida y pintarrajeada
como si fuera la dama de honor de una boda y la hubieran expulsado del
banquete. Parecía triste y necesitada de alma. Félix poseía alma de sobra para
los dos así que con la imagen de aquellas piernas empezó a darle al manubrio.
Allí, sentado en el váter, con la mierda zambullida a sólo unos centímetros, le
dio caña arriba y abajo, arriba y abajo, cerrando los ojos para tratar de fabricarse
una posible imagen de Belén. Se la peló y se la peló hasta que, en un momento
dado, se corrió y todo el esperma fue a pararle al estómago descubierto, a los
pelos púbicos, a los pantalones bajados y posiblemente a la pared del váter,
aunque eso nunca lo descubriría porque jamás limpiaba su corrida. Su casa era
suya y de su esperma, así que dejaba que sus espermatozoides correteasen por
las paredes hasta que se murieran.
Solía hacerlo,
masturbarse después de cagar, y no comprendía muy bien el motivo. Quizá sólo
necesitaba una descarga completa. El bueno de Félix.
Cuando se
levantó miró el panorama de mierda y papel y sangre del fondo del váter. Tiró
de la cadena y fue entonces cuando descubrió que tenía una resaca de
campeonato. Corrió a la cocina, se sirvió un Rioja y se lo bebió de un trago.
Luego se sirvió otro vaso y se lo bebió de otro trago.
Miró el reloj.
Era hora. Entró en la habitación y abrió las ventanas. El aire necesitaba
renovarse. Había un lejano olor a vómito.
Con cierta
prisa, abrió el armario, escogió uno de los trajes: azul casi negro, una
corbata verde, cinturón y zapatos marrones. Se vistió, regresó al baño, se lavó
los dientes, se peinó, se puso colonia, cogió las llaves de casa y del coche y
salió. Le esperaba otro largo día de trabajo.
¿Puede haber momento más íntimo para un hombre? Yo creo que quien más y quien menos...
ResponderEliminarA cada relato tuyo que leo más fan me hago de tu escritura.