17 jun 2014

La bombilla

Una lámpara y una bombilla. Ese era todo el paisaje.
Luis José llevaba dos horas tirado en la cama y mirando al techo. Había cambiado de postura dos o tres veces y se había estirado el cuello por el dolor. Enseguida la vista debía volver allí arriba. Allí estaba la bombilla. Aquella mágica y maravillosa bombilla.
Había encendido la luz y se había quedado mirándola. Sólo eso, mirándola. El resto era parpadear y respirar, puede que alguna otra función vital que desconociese.
Era una de esas bombillas de ahorro, que consumían poco a costa de un precio un poco más elevado y de tener que esperar unos segundos para que ofrezcan su máxima potencia lumínica. El casquillo estaba oculto, encajado en el enganche de la lámpara. Luego tenía una semiesfera blanca decorativa y después estaba la luz. Cuatro tubos de vidrio en forma de U muy largos y estrechos, dispuestos simétricamente alrededor del centro de un círculo imaginario. No se veía el filamento: era un misterio cómo salía la luz de ahí y, tratando de averiguarlo, uno terminaba con la cabeza dolorida por la ceguera temporal. Había polvo sobre la concavidad de la U, y también un poco a lo largo de los tubos y hacia la semiesfera decorativa, y ya no digamos en el resto de la lámpara: hacía meses que no limpiaba pero ¿a quién le podía importar? Luis José no había enfermado a causa de eso y, al fin y al cabo, deshacerse del polvo era deshacerse de sus propias células. ¿Quién sabía si en alguna de ellas se escondía su alma?
Una sombra negra perfectamente circular se proyectaba sobre el vidrio de la lámpara, arrugado para decorar y para contener más polvo. Eran dos mundos diferenciados de sol y sombra. Abajo la luz, arriba la negrura. Volviendo la vista a la bombilla, los bordes de los tubos de dibujaban con mayor definición, pudiendo distinguir el fondo y otros detalles de polvo y quién sabe qué misterios, pero enseguida los ojos se agotaban y exigían apartar la cabeza. Aún así Luis José aguantaba cada vez más sin desviarse.
Después bostezó y pensó un poco en el mundo más allá de la bombilla. Había gente, trabajo, comida y algo de dinero. Poca cosa. Se dio cuenta de que el aburrimiento, o más bien, el asco, estaban acabando con él. O mejor aún, lo estaban matando. Luis José se moría.
Por eso decidió no pensarlo más y regresar la vista a la bombilla. Allí seguía, blanca y brillante, ¿qué más podía pedir?

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