El
cuervo venía por la tarde y se comía el alpiste. Se lo ponía encima del pozo,
junto a unas nueces descascaradas y varias lombrices, y yo espiaba desde la
hamaca cómo volaba desde la finca de al lado para tragarse todo en cuestión de
minutos. Aniquilaba a cualquier gorrión que osara usurparle lo suyo.
Luego
se iba el cuervo y yo me moría del asco. Al fin y al cabo nos han zambullido en
este montón de mierda que es la vida, y buscamos el aire fresco sin sospechar
que aunque llegásemos a la superficie no respiraríamos más que mierda
gasificada.
Una
tarde el cuervo vino y después de merendar no se marchó. Se quedó mirándome
desde el hierro forjado que hacía un arco sobre el pozo. Yo le miré también y
de pronto echó a volar hacia mí. Me tapé la cara creyendo que trataría de
quitarme los ojos pero, tras comprobar que no sucedía nada, miré y vi que
estaba en un borde de la hamaca, mirándome y tratando de decirme algo.
—Yo
te ayudaré —parecía decirme.
—¿Perdón?
—Yo
te ayudaré —volví a entenderle.
No
lo comprendía del todo. ¿Por qué hablaba el cuervo? ¿Cómo un pájaro podría
ayudarme?
—Sujétate
—me dijo.
—¿Que
me sujete?
—Sujétate
fuerte a mis patas.
Tenía
dos patitas grises que aunque parecían fuertes, desde luego no podrían con mis
setenta y pico quilos. Pero el cuervo las levantaba y luego las golpeaba contra
la cuerda, como tratando de demostrarme que eran más fuertes de lo que
aparentaban.
—Sujétate
fuerte a mis patas —insistía.
No
sin dudarlo, acerqué mis manos a sus patitas y, sin ejercer excesiva presión,
hice un círculo alrededor de ellas hasta que quedaron completamente ocultas
entre mis palmas.
—¿Listo?
—me dijo el cuervo.
—¿Listo
para qué?
De
pronto noté una fuerte sacudida y el cuervo salió volando. Me levantó de la
hamaca y me elevó unos metros por encima del suelo, y seguíamos ascendiendo.
¡Qué fuerza tenía! ¿Cómo era posible?
Vi
la hamaca allá abajo y luego el jardín y el tejado de mi casita. Me sujeté con
fuerza y miré al pájaro que me estaba pilotando inexplicablemente. No parecía
sufrir por el esfuerzo y movía las alas con energía. Nos alejábamos. Ya no me
hablaba. Sólo volaba y volaba, sólo él sabía adónde.
Cuando
desapareció el shock inicial fui consciente de que estaba volando agarrado a
las patas de un cuervo. El paisaje allí abajo era maravilloso. Había ríos y
montañas y casas con piscina y cancha de tenis. Gente con suerte. Empezaba a
ser una experiencia increíble. Notaba el viento en mi cara y la adrenalina por
mis venas. ¡Guau!, me decía, pero, ¿cuál era exactamente el propósito del viaje?
¿Qué pretendía aquel cuervo portentoso?
Se
lo pregunté, le dije: ¿a dónde me llevas? Y él me respondió: cállate y
disfruta. Y yo le volvía a preguntar. Y él: sólo cállate y disfruta. Así que le
hice caso, y vi más casas con tejados de pizarra y de uralita, gente tomando el
sol, grandes banquetes, niños jugando al fútbol. Todo lo que conocía lo veía
ahora desde otro punto de vista y no sabía muy bien qué pensar. Los coches eran
hormigas. Parecía que podíamos descender y atacarles con tanta facilidad...
Había más bosque del que parecía a ras de suelo y de pronto empezó la montaña.
La temperatura descendió como tres o cuatro grados y dejé de conocer el
paisaje. Las carreteras hasta allí eran malas y, la verdad, nada se me había
perdido hasta entonces como para ir a curiosear.
Pero
hacia allí fuimos y volví a preguntarle: ¿a dónde vamos? Me volvió a decir que
me callase y obedecí. ¿Qué alternativas tenía? Había más árboles y dejó de
haber rastro de civilización. Desde luego, si me tira aquí, me pierdo, me dije.
Fue
como dicho y hecho. Zarandeó las patas y provocó en mí tal fuerza repulsiva que
perdí el contacto. Estaba cayendo. Mejor dicho, ¡el cuervo me había tirado!
Mientras perdía altura vi que se alejaba en el aire y lo perdía de vista. Luego
miré hacia abajo. Fueron sólo uno o dos segundos. Choqué contra la copa de un
árbol y fui rebotando de rama en rama hasta llegar al suelo, en un lugar en el
que ni por asomo había estado jamás.
No
sentí mucho dolor y, aparentemente, no me había roto ningún hueso. Esperé a que
el cuervo viniera a mi rescate pero, como eso no sucedía, tuve que iniciar yo
mismo mi propio camino para tratar de lograr volver a casa.
Uhmmmm...! Me ha molado. Desde Poe que no me encontraba con un cuervo tan carismático. De hecho, me lo he leído dos veces.
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