2 jun 2014

El cuervo

El cuervo venía por la tarde y se comía el alpiste. Se lo ponía encima del pozo, junto a unas nueces descascaradas y varias lombrices, y yo espiaba desde la hamaca cómo volaba desde la finca de al lado para tragarse todo en cuestión de minutos. Aniquilaba a cualquier gorrión que osara usurparle lo suyo.
Luego se iba el cuervo y yo me moría del asco. Al fin y al cabo nos han zambullido en este montón de mierda que es la vida, y buscamos el aire fresco sin sospechar que aunque llegásemos a la superficie no respiraríamos más que mierda gasificada.
Una tarde el cuervo vino y después de merendar no se marchó. Se quedó mirándome desde el hierro forjado que hacía un arco sobre el pozo. Yo le miré también y de pronto echó a volar hacia mí. Me tapé la cara creyendo que trataría de quitarme los ojos pero, tras comprobar que no sucedía nada, miré y vi que estaba en un borde de la hamaca, mirándome y tratando de decirme algo.
—Yo te ayudaré —parecía decirme.
—¿Perdón?
—Yo te ayudaré —volví a entenderle.
No lo comprendía del todo. ¿Por qué hablaba el cuervo? ¿Cómo un pájaro podría ayudarme?
—Sujétate —me dijo.
—¿Que me sujete?
—Sujétate fuerte a mis patas.
Tenía dos patitas grises que aunque parecían fuertes, desde luego no podrían con mis setenta y pico quilos. Pero el cuervo las levantaba y luego las golpeaba contra la cuerda, como tratando de demostrarme que eran más fuertes de lo que aparentaban.
—Sujétate fuerte a mis patas —insistía.
No sin dudarlo, acerqué mis manos a sus patitas y, sin ejercer excesiva presión, hice un círculo alrededor de ellas hasta que quedaron completamente ocultas entre mis palmas.
—¿Listo? —me dijo el cuervo.
—¿Listo para qué?
De pronto noté una fuerte sacudida y el cuervo salió volando. Me levantó de la hamaca y me elevó unos metros por encima del suelo, y seguíamos ascendiendo. ¡Qué fuerza tenía! ¿Cómo era posible?
Vi la hamaca allá abajo y luego el jardín y el tejado de mi casita. Me sujeté con fuerza y miré al pájaro que me estaba pilotando inexplicablemente. No parecía sufrir por el esfuerzo y movía las alas con energía. Nos alejábamos. Ya no me hablaba. Sólo volaba y volaba, sólo él sabía adónde.
Cuando desapareció el shock inicial fui consciente de que estaba volando agarrado a las patas de un cuervo. El paisaje allí abajo era maravilloso. Había ríos y montañas y casas con piscina y cancha de tenis. Gente con suerte. Empezaba a ser una experiencia increíble. Notaba el viento en mi cara y la adrenalina por mis venas. ¡Guau!, me decía, pero, ¿cuál era exactamente el propósito del viaje? ¿Qué pretendía aquel cuervo portentoso?
Se lo pregunté, le dije: ¿a dónde me llevas? Y él me respondió: cállate y disfruta. Y yo le volvía a preguntar. Y él: sólo cállate y disfruta. Así que le hice caso, y vi más casas con tejados de pizarra y de uralita, gente tomando el sol, grandes banquetes, niños jugando al fútbol. Todo lo que conocía lo veía ahora desde otro punto de vista y no sabía muy bien qué pensar. Los coches eran hormigas. Parecía que podíamos descender y atacarles con tanta facilidad... Había más bosque del que parecía a ras de suelo y de pronto empezó la montaña. La temperatura descendió como tres o cuatro grados y dejé de conocer el paisaje. Las carreteras hasta allí eran malas y, la verdad, nada se me había perdido hasta entonces como para ir a curiosear.
Pero hacia allí fuimos y volví a preguntarle: ¿a dónde vamos? Me volvió a decir que me callase y obedecí. ¿Qué alternativas tenía? Había más árboles y dejó de haber rastro de civilización. Desde luego, si me tira aquí, me pierdo, me dije.
Fue como dicho y hecho. Zarandeó las patas y provocó en mí tal fuerza repulsiva que perdí el contacto. Estaba cayendo. Mejor dicho, ¡el cuervo me había tirado! Mientras perdía altura vi que se alejaba en el aire y lo perdía de vista. Luego miré hacia abajo. Fueron sólo uno o dos segundos. Choqué contra la copa de un árbol y fui rebotando de rama en rama hasta llegar al suelo, en un lugar en el que ni por asomo había estado jamás.
No sentí mucho dolor y, aparentemente, no me había roto ningún hueso. Esperé a que el cuervo viniera a mi rescate pero, como eso no sucedía, tuve que iniciar yo mismo mi propio camino para tratar de lograr volver a casa.


1 comentario:

  1. Uhmmmm...! Me ha molado. Desde Poe que no me encontraba con un cuervo tan carismático. De hecho, me lo he leído dos veces.

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