10 sept 2014

El criado del escritor

La mirada de Simón era una mezcla de rabia y desorientación.
—Enseguida, señor —dijo antes de una leve reverencia.
—Joder, Simo —así le llamaba el señor—, olvida las formalidades, ¿qué te dije antes?
—Está bien, señor. O digo... está bien.
—Así me gusta. Vamos, tráenos esos Margaritas.
El señor le había aclarado que, durante la fiesta, nada de dirigírsele desde su mazmorra de criado. Los invitados debían creer que Simón era uno más de la casa, casi un amigo del anfitrión, lo cual se acercaba bastante a la realidad después de toda una vida sirviéndole.
—Eh, Simón. Eres un trabajador estupendo —le dijo por el camino un íntimo amigo del señor.
—Eres todo un ejemplo —le comentó un desconocido.
—Ojalá el mundo estuviera lleno de simones —escuchó más a lo lejos.
Entró en la cocina donde otros sirvientes trabajaban a destajo. Preparó los cócteles y salió de nuevo a escena. Doscientas cincuenta personas hablaban y bebían y fumaban. Todo a cuenta del señor, que celebraba el millón de copias vendidas de su último libro: la estúpida historia de un hombre del renacimiento que había escrito entre borracheras, polvos y cocaína, por mucho que en las entrevistas tratase de vender que escribir setecientas páginas requería doce horas diarias de trabajo y no unos cuantos minutos de inspiración en sus ratos libres.
—Buenísimos, Simo, como siempre —dijo el señor tras el primer trago.
—Increíble —dijeron unas señoritas que hablaban con él.
Simón dio las gracias y se retiró a atender a otros invitados.
Probablemente el señor se tiraría a alguna de aquellas preciosidades que le donaban la píldora mientras engullían los Margaritas. Desde que se separó de su señora, que era por cierto veinticinco años más joven que él, su vida se había convertido en un descontrol aún mayor. Un constante goteo de fiestas y mujeres que desfilaban por su habitación. Drogas y alcohol. Un permanente derroche de dinero que, lejos de agotarse, parecía no dejar de crecer a raíz de un cuestionable talento para engranar historias y personajes en la pantalla del ordenador.
Por eso Simón, mirando aquellos tipos trajeados forrados de millones, aquellas bellezas que lucían piernas bajo minúsculos vestidos, la casa, el jardín, la piscina, las risas y el ambiente que empezaba a acalorarse a medida que la noche se cernía sobre todos ellos, sólo pudo suspirar y pensar: para esto he trabajado toda mi puta vida.

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