25 sept 2014

Mi sicario

Me llevó ocho días de búsqueda en internet y otras tantas llamadas a México D. F., pero al fin tenía al sicario al otro lado del aparato.
—Un nombre y una dirección —me dijo.
—Charlie Basanta.
—Ok. ¿Dirección? —por la voz no debía de tener más de veinte años. ¿De veras ese tipo iba a apretar el gatillo?
Le dije la calle.
—¿Una hora para localizarlo?
—Cualquier hora del día es buena. No suele salir.
—Perfecto. ¿Muchos vecinos?
—Ni siquiera tendrás que timbrar. Suele tener la puerta abierta.
—Maravilloso. ¿No tendrás una foto?
—Oh, sí, unas cuantas.
—Envía alguna a esta dirección de email —apunté una extraña sucesión de letras, números y símbolos—. Actualizadas, claro.
—Sí, sí.
—Mi compadre te habló de cómo hacer el pago, ¿verdad?
—Sí, un 25% ahora y el resto...
—Cuando ese Charlie Basanta aparezca en las necrológicas de tu diario.
—Justo.
—Listo pues. Cuenta con una semana. No hay avión antes.
—Lo sé. Emilio —su compadre– me lo dijo.
—Y también te diría que después de hablar conmigo no hay vuelta atrás. No podrás localizarme y el trabajo se hará sí o sí así que ya puedes estar seguro de que no habrá arrepentimientos.
—Sí, sí, me dijo todo eso.
—Y por supuesto, si no pagas el resto te...
—Te tenemos localizado. Lo sé.
—Bien. Pues eso es todo. ¿Algo más?
—Nada más.
Colgó. De alguna forma me sentí liberado. Después de meses pensándomelo, me acogí a la cobardía del «que lo haga otro» y a diez mil euros de mi cuenta bancaria para solucionar mi tormento. La venganza a veces es necesaria, aunque pase el tiempo y uno no recuerda exactamente de qué quiere vengarse, pero quiere hacerlo. Necesita hacerlo.
Siete días después escuché movimiento en el aparcamiento. Hubo unos pasos y se abrió la puerta de mi casa. Yo me relajaba con mi ordenador y una buena cerveza en el sofá de la salita, cuando un tipo joven y, ¿por qué no?, guapo, apareció a escasos metros mirándome con una soberbia seguridad en sí mismo.
—¿Charlie Basanta? —me dijo.
—Sí. ¿Quién lo pregunta?
El cañón de la pistola me apuntó entre ceja y ceja. El muchacho tuvo la decencia de dejarme terminar estas líneeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee

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