Me llevó ocho días de
búsqueda en internet y otras tantas llamadas a México D. F., pero al fin tenía
al sicario al otro lado del aparato.
—Un nombre y una
dirección —me dijo.
—Charlie Basanta.
—Ok. ¿Dirección? —por
la voz no debía de tener más de veinte años. ¿De veras ese tipo iba a apretar
el gatillo?
Le dije la calle.
—¿Una hora para
localizarlo?
—Cualquier hora del
día es buena. No suele salir.
—Perfecto. ¿Muchos
vecinos?
—Ni siquiera tendrás
que timbrar. Suele tener la puerta abierta.
—Maravilloso. ¿No
tendrás una foto?
—Oh, sí, unas cuantas.
—Envía alguna a esta
dirección de email —apunté una extraña sucesión de letras, números y símbolos—.
Actualizadas, claro.
—Sí, sí.
—Mi compadre te habló
de cómo hacer el pago, ¿verdad?
—Sí, un 25% ahora y el
resto...
—Cuando ese Charlie
Basanta aparezca en las necrológicas de tu diario.
—Justo.
—Listo pues. Cuenta
con una semana. No hay avión antes.
—Lo sé. Emilio —su compadre– me lo dijo.
—Y también te diría
que después de hablar conmigo no hay vuelta atrás. No podrás localizarme y el
trabajo se hará sí o sí así que ya puedes estar seguro de que no habrá
arrepentimientos.
—Sí, sí, me dijo todo
eso.
—Y por supuesto, si no
pagas el resto te...
—Te tenemos
localizado. Lo sé.
—Bien. Pues eso es
todo. ¿Algo más?
—Nada más.
Colgó. De alguna forma
me sentí liberado. Después de meses pensándomelo, me acogí a la cobardía del
«que lo haga otro» y a diez mil euros de mi cuenta bancaria para solucionar mi
tormento. La venganza a veces es necesaria, aunque pase el tiempo y uno no
recuerda exactamente de qué quiere vengarse, pero quiere hacerlo. Necesita
hacerlo.
Siete días después
escuché movimiento en el aparcamiento. Hubo unos pasos y se abrió la puerta de
mi casa. Yo me relajaba con mi ordenador y una buena cerveza en el sofá de la
salita, cuando un tipo joven y, ¿por qué no?, guapo, apareció a escasos metros
mirándome con una soberbia seguridad en sí mismo.
—¿Charlie Basanta? —me
dijo.
—Sí. ¿Quién lo
pregunta?
El cañón de la pistola
me apuntó entre ceja y ceja. El muchacho tuvo la decencia de dejarme terminar
estas líneeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee
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