—Me llamo
Roy —le dije.
—Muy bien,
¿y a mí qué?
Me aparté.
Ese había sido el primer intento. Hubo otros tres igualmente ineficaces.
El problema
de intentar ligarte a una desconocida es que cuanto más pasa de ti más te
obsesionas, aunque después no tenga un buen polvo o pretenda el matrimonio
después de hacerlo. Recuerdo a Inés Jiménez, el mejor polvo de mi vida. Después
de una noche memorable se levanta y me habla de irnos a vivir juntos, de
conocer a sus padres y de nosecuantos planes de futuro. Me agobié tanto y me
montó tal llorera cuando le dije que no quería nada serio que lo que podía
haber sido una cita para enmarcar se convirtió en un jodido dolor de cabeza.
La chica
seguía allí, desafiante, cruzada de piernas sobre un taburete de la barra
mientras bebía algo con zumo de melocotón, hablaba con una amiga y echaba
furtivas miradas alrededor. Se reía, supongo que de mí, y eso me tocaba
bastante los cojones. Quería follármela.
—Pasa de
ella —me decía un amigo.
—Sí, ya
—contestaba yo, sin tratar de convencerlo.
Bebí de mi
whisky hasta dejarlo en los hielos. No era garrafón del todo pero notaba el
sabor a Mistol después de unos segundos de haber tragado.
No podía
quitarle el ojo de encima. Tenía una de esas caras de mala hostia con la que
las tías se creen que dominan al mundo, que son ellas quienes te follarán a ti
cuando a la hora de la verdad cerrarían los ojos y gritarían «quiero más»
mientras desgajan las sábanas con las uñas. De las que juegan con su aspecto de
puta de lujo, con su vestido corto y sus tacones altos, sometiendo a la mayoría
de hombres que se le acercan para luego escoger al más inútil y vendérselo a
sus amigas como si de un dios en la cama se tratara. Una de esas tías
patéticas, pseudo-prostitutas y que por algún motivo te apetece zoscar en el
culo y eyacularle por encima, y yo me lo iba a perder.
—Venga,
vámonos a otro sitio —insistía mi amigo.
—Vale. Id saliendo.
Él y los
demás desfilaron hacia la entrada. Cuando vi que ya no estaban me apoyé en la
barra y miré hacia el espejo de detrás de la caja registradora. Creo que
reflexioné durante unos cuantos segundos.
Luego me
volví hacia la chica, que ya se esperaba otro inútil intento, y delante de la
amiga, para que lo escuchase también, le dije bien claro:
—No creo que
fueras a aportarme más que un polvo de puta madre. No pretendía conocerte,
darte conversación o que te sintieras importante. Lo único que quería era
hablar lo justo y joderte esta noche, porque tienes toda la pinta de joder muy
bien. Después tú me olvidarías y yo te olvidaría, y no habríamos sido más que
un calentón de unas pocas horas resuelto probablemente en unos pocos minutos.
Nos diríamos adiós, hasta luego, y tú seguirías con tu vida y yo con la mía.
Puedes seguir esperando a que algún imbécil haga de príncipe azul y te diga lo
que quieres oír. Entonces te convertirás en una más, creerás que te quiere y,
cuando estés llorando en una esquina, echarás de menos ser quién eres y que un
tío como yo sea sincero y te diga claramente cuáles son sus intenciones.
Pasadlo muy bien.
No abrió la
boca. Su amiga tampoco.
Di media
vuelta y me largué. Creo que después de todo la tenía en el bote.
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