Tamara Sanjuán
veía las noticias con indignación.
—Sinvergüenzas.
Asquerosos —decía con insistencia.
Un juez
acababa de imputar a un ex ministro por haber recibido comisiones mientras
ocupó el cargo. Junto a él, un par de secretarios y una directora de gabinete
se sentarían en el banquillo por el mismo asunto.
—Estaré
encantado de demostrar mi inocencia —declaró el ex ministro entre una marabunta
de micrófonos.
—A ver como
lo haces, capullo —contestaba Tamara desde la silla de la cocina.
—No, no y
no. Jamás he recibido un solo euro más allá de mis emolumentos como ministro y
como diputado —sentenció el ex ministro.
—No tengo
nada que ocultar. Mis cuentas están publicadas en la web del congreso.
—Tengo la
conciencia muy tranquila.
—Esto es una
estrategia de acoso y derribo de la oposición.
—Lo que no
han conseguido en las urnas lo quieren conseguir con juego sucio.
Tamara se
ahogaba en su propia bilis. Se retorcía de rabia con sólo ver la cara de aquellos personajes.
—No sabré yo
lo que habéis robado —dijo—. Hijos de puta.
Se levantó y
respiró hondo. Le dio al botón de off
del mando a distancia y se preparó una tila.
—Os conozco.
Os conozco muy bien —habló.
Tamara
Sanjuán había sido directora general para el mismo ex ministro que ahora se
enfurecía ante la sola sospecha sobre su honor. Claro que ella había dimitido
en cuanto una cámara oculta la pilló recibiendo un sobre para otorgarle una
concesión a una empresa amiga.
—Tamara. Es
mejor que te vayas tú y dejes el barco a flote. Cuando el temporal pase nadie
se acordará de ti y podrás volver al partido. Me encargaré personalmente de que
ocupes un buen puesto —le había dicho el ex ministro.
Pero Tamara
dimitió en lo que había sido, en sus propias palabras, «un gesto de dignidad»
tras «un lamentable error» del que se «había arrepentido profundamente».
El partido
fingió en público que le daba la espalda y que era poco menos que una apestada,
mientras en privado se sucedían los ánimos y las palabras de consuelo. Claro
que llegó el juicio y no fue a la cárcel de milagro. La inhabilitaron durante
cinco años, pero peor fue que compañeros, vecinos y amigos le retirasen el
saludo y hasta le insultasen en el portal, en el supermercado y en el gimnasio.
Cuando su
condena se cumplió llamó nuevamente a las puertas de la vida pública, y sólo
recibió la callada por respuesta.
—No podemos,
Tamara —le dijo el ex ministro—. No están los tiempos para que vuelvas.
Obviamente
el caso de Tamara Sanjuán no era ni la punta del iceberg de una tremenda trama
de corrupción que ahora salía a la luz, de ahí que todos esos cargos fueran a
desfilar ante el juez. Ella había decidido callárselo todo para no someterse de
nuevo al escarnio público, pero tras dos años de traición, de rabia acumulada,
de reclusión en su apartamento y de su miserable sueldo de oficinista, si la
llamaban a declarar lo haría encantada y aún sonreiría a sus traidores cuando,
delante del juez, tuviera la ocasión de mirarles a la cara.
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