5 sept 2014

El caso de Tamara Sanjuán

Tamara Sanjuán veía las noticias con indignación.
—Sinvergüenzas. Asquerosos —decía con insistencia.
Un juez acababa de imputar a un ex ministro por haber recibido comisiones mientras ocupó el cargo. Junto a él, un par de secretarios y una directora de gabinete se sentarían en el banquillo por el mismo asunto.
—Estaré encantado de demostrar mi inocencia —declaró el ex ministro entre una marabunta de micrófonos.
—A ver como lo haces, capullo —contestaba Tamara desde la silla de la cocina.
—No, no y no. Jamás he recibido un solo euro más allá de mis emolumentos como ministro y como diputado —sentenció el ex ministro.
—No tengo nada que ocultar. Mis cuentas están publicadas en la web del congreso.
—Tengo la conciencia muy tranquila.
—Esto es una estrategia de acoso y derribo de la oposición.
—Lo que no han conseguido en las urnas lo quieren conseguir con juego sucio.
Tamara se ahogaba en su propia bilis. Se retorcía de rabia con sólo ver  la cara de aquellos personajes.
—No sabré yo lo que habéis robado —dijo—. Hijos de puta.
Se levantó y respiró hondo. Le dio al botón de off del mando a distancia y se preparó una tila.
—Os conozco. Os conozco muy bien —habló.
Tamara Sanjuán había sido directora general para el mismo ex ministro que ahora se enfurecía ante la sola sospecha sobre su honor. Claro que ella había dimitido en cuanto una cámara oculta la pilló recibiendo un sobre para otorgarle una concesión a una empresa amiga.
—Tamara. Es mejor que te vayas tú y dejes el barco a flote. Cuando el temporal pase nadie se acordará de ti y podrás volver al partido. Me encargaré personalmente de que ocupes un buen puesto —le había dicho el ex ministro.
Pero Tamara dimitió en lo que había sido, en sus propias palabras, «un gesto de dignidad» tras «un lamentable error» del que se «había arrepentido profundamente».
El partido fingió en público que le daba la espalda y que era poco menos que una apestada, mientras en privado se sucedían los ánimos y las palabras de consuelo. Claro que llegó el juicio y no fue a la cárcel de milagro. La inhabilitaron durante cinco años, pero peor fue que compañeros, vecinos y amigos le retirasen el saludo y hasta le insultasen en el portal, en el supermercado y en el gimnasio.
Cuando su condena se cumplió llamó nuevamente a las puertas de la vida pública, y sólo recibió la callada por respuesta.
—No podemos, Tamara —le dijo el ex ministro—. No están los tiempos para que vuelvas.
Obviamente el caso de Tamara Sanjuán no era ni la punta del iceberg de una tremenda trama de corrupción que ahora salía a la luz, de ahí que todos esos cargos fueran a desfilar ante el juez. Ella había decidido callárselo todo para no someterse de nuevo al escarnio público, pero tras dos años de traición, de rabia acumulada, de reclusión en su apartamento y de su miserable sueldo de oficinista, si la llamaban a declarar lo haría encantada y aún sonreiría a sus traidores cuando, delante del juez, tuviera la ocasión de mirarles a la cara.

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