Era la hora de la
siesta y la parejita venía de una larga temporada sin oler las vacaciones.
—Tenemos un
problema de comunicación —dijo María, recostada contra el cabecero de la cama
con la Quore.
—Sí —contestó Javi
desde el escritorio y tecleando algo en el ordenador.
—Por lo menos estamos
de acuerdo en eso.
—Pues sí.
—O sea que tenemos
un problema de comunicación.
—Sí, nos comunicamos
demasiado.
—Estúpido.
María dejó por un
momento la revista y miró la espalda de Javi, cada vez más arqueada tras horas
y días ante la puñetera pantalla.
—No me refería a
eso.
—Lo suponía.
Javi agitó sus
hombros, como si fuese a empezar una larga carrera. En cierto modo era así. Las
discusiones con María requerían una buena preparación física y mental.
—Es que no me
haces ni caso —dijo María.
—Tonterías.
—No son tonterías,
lo digo muy en serio.
—Y yo digo muy en
serio que deberíamos pasar más tiempo hablando de tonterías y haciendo
tonterías.
—Eso no resuelve
los problemas.
—Problemas que
sólo ves tú.
—¿Yo? ¡Si ni
siquiera me has mirado a la cara para hablar de esto!
Javi no la miró,
aunque por el reflejo de la pantalla podía ver que María podría explotar en
cualquier momento.
—Y ya no digamos
otras cosas. ¿Cuánto hace que no me dices que me quieres, o que me coges de la
mano al andar, o que me besas apasionadamente? ¡Dime!
—Tonterías.
—Tonterías, ¿eh?
¡Si ni siquiera me haces el amor como antes!
—Eso es mentira.
—Es verdad y lo
sabes.
«Y lo sabes», rio Javi
para sus adentros. Se le vinieron a la cabeza las imágenes de Julio Iglesias
que circulaban por internet. «Follas poco y lo sabes», se dijo.
—Cálmate, anda
—concluyó después.
—En serio, eres
desesperante.
—Soy todo lo
desesperante que tú eres capaz de desesperarme.
—¿Pero no ves que
hay un problema? —María levantó la voz.
—Sí, que estás
erre que erre día sí día también.
—¿Y tú no has
hecho nada para que yo esté erre que erre?
—Sinceramente,
creo que no.
—Tú eres don
perfecto.
—No.
—Tú nunca generas
discusiones.
—Rara vez.
—Pues ahora la
estás generando, que lo sepas.
—Claro, he sido yo
el que sacó el tema.
—No, es mejor que
me calle hasta que explote un día.
—Deberías probar.
—Eso te gustaría.
Que explotase y tuvieses una excusa para mandarme a la mierda.
—No, sólo que te
callases.
María respiró
profundamente. Hubo un tiempo en que sólo respiraba profundamente después de
que Javi la dejará seca tras un polvo majestuoso.
—Esto no funciona
—dijo María.
—Ajá.
—Qué asco. Me
largo.
Se incorporó y se
puso las botas. Javi podía escuchar cómo los botones metálicos de las botas de
María golpeaban el somier. Le quedaban muy bien las botas. Tenía pies y piernas
hechas para unas buenas botas de cuero.
—¿No dices nada?
—preguntó María.
—Ya lo dices tú
todo.
—Hombre, he dicho
que me largo. Podrías contestarme.
—Ya te oí. ¿A
dónde? ¿Con tu hermana?
—No.
—¿Con tus amigas?
—Tampoco.
—¿Entonces?
Javi se giró y
miró por primera vez los ojos de su chica. Tenían lágrimas a punto de
resbalársele pero eran muy bonitos. Realmente unos marrones y bonitos ojos
tristes.
—Me voy para
siempre —dijo María.
—Venga ya.
—Hablo en serio, Javi.
—Eso no te lo
crees ni tú.
—Esto es el final.
—¿El final de qué?
¿De la discusión? Me alegro entonces.
—Odio tus
sarcasmos —todavía tuvo tiempo María de poner cara de asco—. El final de lo
nuestro.
—Sí, ya.
—O sea que no me
crees.
—No. Harás como la
otra vez.
—La otra vez fue
distinta. Fue una chiquillada.
—Saldrás con tus
amigas, te emborracharás y les contarás lo hijoputa que soy. Procura al menos
no oler a colonia de tío al volver.
—En serio. En
estos momentos me das asco.
—Muy bien. Nos
vemos de noche.
María dio media
vuelta y salió de un portazo que estremeció a Javi aun cuando ya se lo esperaba.
María era mucho de dar portazos.
Luego Javi escuchó
unos cuantos pasos acelerados, otra puerta que se cerraba y más pasos escaleras
abajo. Entonces se acercó a la mesilla de su lado y, del último cajón, sacó una
botella de vino y un sacacorchos que guardaba para las grandes ocasiones. Se
preguntó si aquella era una gran ocasión y volvió al ordenador. Nunca abrió la
botella; no sabe si por pereza o por un instante de lucidez.
Mientras, María no
sabía muy bien dónde dormiría aquella noche, pero sabía que hasta el lunes no
regresaría a la que había sido su casa para recoger sus cosas, aprovechando que
el imbécil de Javi trabajaba. Para entonces él la habría llamado y le habría
escrito mil mensajes, hecho a la idea, aunque sólo fuera un poco, de que
hablaba en serio cuando decía que no volvería.
Lo mejor es que Javi
jamás sospecharía que de gilipollas María tenía lo mismo que él de tío válido. Por
eso escribió un mensaje de móvil y le dio al botón de enviar con destino
Samuel. Samuel era el tío con el que se liado por primera vez la noche en la
que dijo que se largaba de casa, aunque todo quedó en una supuesta chiquillada.
El que le pegó el olor a colonia. Al final la chiquillada resultó media docena
de polvos con un tío que parecía otra cosa. Más personalidad. Más pasión. Más...
hombre.
Después de todo,
paradojas de la vida, María tuvo que agradecer que Javi, además de cornudo,
fuese todo un alelado y nunca se enterara de media.
Muy buenos los diálogos que reflejan esa terrible diferencia entre hombres y mujeres: nosotras queremos hablar de todo, desmenuzarlo todo mientras que a un tipo no le importa tanta cháchara.
ResponderEliminarEl final está logrado y también muestra la ambigüedad de María, torturar a Javi mientras ya tiene a otro.
Un abrazo y te leo, Alex.