16 may 2012

Mi canario y yo

Hace poco tuve una charla de lo más trascendental con Abdullah, mi canario de año y medio. Yo estaba en una de mis sesiones de setas y Abdullah se posó sobre la silla del ordenador, a punto de dormirse, hecho una bola de plumas:
—Quizá te estés pasando –dijo.
—No me des la murga.
—Me preocupo por tu salud, hombre.
—Háblame de otra cosa, ¿quieres?
Abdullah negó con la cabeza y tardó uno segundos en seguir hablando:
—¿Sabes qué? Fue una buena idea lo del cambio de jaula.
—Dirás los cambios de jaula.
—Sí, bueno, los dos cambios. Es que no sabes lo que es estar encerrado en un sitio donde no puedes estirar las plumas. Luego me pusiste la otra jaula, más grande… mejor sin duda, pero aprendes a volar y claro… quieres más pero no tienes espacio. La jaula de ahora está mejor, sin duda.
—¿Mejor? Tío, tu jaula es la casa entera. Vivimos en la misma jaula.
Tenía Abdullah libertad para moverse por toda la casa.
—Lo sé, lo sé –continuó–. Si no puedo quejarme. Puedo cambiar de vistas, echarme unos vuelos a lo largo del pasillo, todo eso…
—¿Y qué más quieres?
—Pues verás. Te lo pido en compensación… por haber aprendido a ir al WC. No me digas que no es impresionante para un animalito.
—No lo dudo…
—Bien, bien. Pues el caso es que tú sigues teniendo las llaves de la puerta. ¿No crees que podías hacerme una copia?
—¿Estás de coña? ¿Qué harías tú en la calle?
—No sé… mirar gachís, deambular, ¿qué haces tú? Es cierto que mi jaula es grande y tal, pero tú puedes salir cuando quieras. A mí también me apetece a veces. ¿Por qué no hacemos un trato?
Me hizo concentrarme Abdullah. Mi canario iba a proponerme un trato:
—Para que veas, mira… –cogió Abdullah mis llaves de la mesilla– tengo fuerza en el pico, puedo coger bolsas incluso. Con un poco de ejercicio, podría llevar cualquier cosa.
—Y el trato es…
—Supongo que cuando sales a la calle me compras el alpiste, tú te compras tu manduca y todo eso.
—Entre otras cosas.
—Bien. Pues te propongo que durante unos días tú te quedes en casa y yo te sustituya. Así comprobarás que puedes fiarme una copia de las llaves.
No era tan mala idea. Me vi a mi mismo aquí tirado, sin hacer nada, mientras Abdullah se encargaba de todo. Me gustó esa imagen.
—¿Hay trato entonces?
—Hay trato.
Se despabiló e hizo unas cabriolas de alegría en el aire. Luego le pedí silencio para que me dejase regresar a mi mundo de setas.
Al día siguiente tomó el mando. Hacía la compra, me ponía comida, me cambiaba el agua y hasta iba a la oficina por mí. Lo escuchaba llegar cansado todas las noches: las bolsas pesaban una barbaridad y juraba que se le iba a dislocar el pico. Luego rajaba un poco de los compañeros de oficina y de la mierda que era todo, pero sin mucha ansia. Estaba tan cansado que enseguida se hacía una bola y se dormía.
Esta misma mañana va y se me queda mirando fijamente.
—Es tarde –le digo–, deberías estar volando al curro hace rato.
—Hoy me tomaré el día libre.
—Imposible. ¿Y ese cambio de humor?
—¿Sabes? Quizá no sea tan malo permanecer en la jaula.
Miró con melancolía su primera jaula, la más pequeña y que tanto odiaba.
—¿Me haces el favor? –siguió–. Ponme alpiste, agua y periódicos ahí dentro y aquí paz y después gloria.
—Tío, ¿quieres volver de verdad a esa cárcel?
—La cárcel es todo lo demás, créeme.
Pensé una solución intermedia. No podía dejar que regresase a aquel agobio. Claro que tampoco permitiría que continuase su actual vida: moriría de estrés más pronto que tarde.
—¿Y si hacemos una cosa? –expreso.
—Te escucho.
—Vives en toda la casa. Compartimos llaves… o hacemos una copia, ¿eso que importa? Y luego las tareas y lo de la oficina a medias. Un día tú, otro yo.
—¡Cojonudo!
Hizo otra cabriola y cantó. Parecía contento.
Ahora los dos somos libres en la jaula y nos rebozamos en la mierda de fuera a partes iguales.

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