30 nov 2012

Condenado

Aquel culo olía bien. Maravillosamente bien. Nada hay como el olor de un buen culo joven y fértil; respingón y hormonado. Claro que él tenía mala pinta; muy mala pinta, y como tantas otras veces fue mirado de malas maneras y obligado a seguir su camino. Solo, errante. Sin su culo.
Tal era su condena. O más bien, la condena que su familia le había impuesto. Pero la echaba tanto de menos… No, mejor no pensar en la familia. Ahora sólo le quedaba deambular de la calle a la plaza, de la plaza al parque, con dos lágrimas inundando sus cuencas oculares, la tristeza en su expresión, la mala salud en el porte, mendigando una triste ración de comida que llevarse a la boca.
 Era tarde y debía buscar un sitio donde refugiarse. Otra noche con el estómago rugiendo. Otra noche sin mojar. Intentaría por lo menos soñar con aquel maravilloso olor. No era fácil la vida de un perro callejero.

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