Es el hombre al que todos envidian. Joven y
guapo. Carismático y atractivo. Triunfador y buen amante.
Luce elegante su indumentaria moderna.
Cualquier trapo le sienta como un guante. Apoyado en la barra, disfruta un
sabroso cóctel mientras departe, displicente, con los amigos que han hallado en
su compañía la suerte de aquella noche.
Pero Él
espera, sencillamente espera, a que una de las damas que se codean en el bar desfallezca
ante sus encantos y se acerque para conocerle, charlar, quizá bailar y, en todo
caso, enamorarse por una noche.
Tácitamente, se ha bajado la cremallera y ha
extraído su codiciado pene tan digno de adulación. Es como si se lo estuviera
sacudiendo mientras emite hipnótica testosterona.
¿Sabes que te digo, tío? Que estoy hasta los
cojones de ti y de tu careta de palurdo y te juro por dios que no tengo nada
que perder y cualquier noche te pego un tiro entre ceja y ceja y abur tu vida
perfecta. Hijo de la gran puta.
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