Siempre fue una niña curiosa, y curiosa
fue de adolescente y lo era ahora de adulta que tenía cabeza y corazón para
comprender un poco de la vida y aprender de las piedras con que tropezaba.
Por eso sabía que había secretos que era
mejor guardarse, mas cuando descubrió, en uno de sus arrebatos de curiosidad,
una carta en la mesilla de noche de su madre, se preguntó si se había
equivocado en dictaminar quién era el malo o la víctima, de aquel melodrama que
se hacía llamar familia y que no eran más que ella y sus dos padres discutiendo
día sí día también, o guardándose mutua ignorancia, o dibujando malas caras que
no hacían sino convencerla de que aquello del amor para toda la vida no era cosa más que de
cuentos y películas estúpidas.
La carta llevaba fecha de hacía unos días
y, bajo el oportuno encabezado, rezaba así:
«¿Acaso crees que me
he olvidado de ti? Dime, ¿acaso lo crees? Puede que sí, o mejor dicho, puede
que digas que sí o que quieras creer que sí. Pero muy en el fondo, o quizá no
tan abajo, sabes que no, que ni por asomo. Sencillamente, me es imposible, lo
he intentado, me he refugiado en otras, he buscado sustituirte, me he casado,
de hecho ¡sigo casado! Viviendo una vida que no me corresponde, disimulando una
tranquilidad y una felicidad que no hacen sino incrementar mi desasosiego y mi
frustración. Porque la vida pasa y no logro apartarte de mi cabeza y dejar de
preguntarme qué hubiera pasado si… o cómo llegamos o esto… o por qué tú y yo no
estamos juntos.
Me hace llorar. Lloro
por dentro como jamás he llorado, por haberme dejado conducir por una vida que
nunca quise y nunca quiero, teniendo tan cerca la única que realmente siempre
he deseado y deseo. Lloro por dentro porque la vida es corta y temo que nuestro
tiempo ha pasado para siempre. Lloro por dentro pero temo llorar por fuera más
pronto que tarde y entonces se descubra mi verdad y eche a perder no sólo mi
vida, ya perdida, sino la de mi mujer y mis hijos. ¿Qué dirían si descubriesen
que su padre no es más que un farsante? ¿Con qué cara miraría a mis hijos, dios
sabe que son lo que más quiero, si supiesen que no son fruto del amor
verdadero, sino del cariño conformista por una persona que jamás ha sido ni
será esa persona?
Que jamás será tú.
Lloro por dentro y
ahora mismo lloro por fuera, aprovechando mi soledad para desahogarme de la
única manera que sé. Escribiéndote. Lloro pero soy feliz sabiendo que en estos
momentos amargos al menos enfoco mi vida, aunque sólo sea con el simple acto de
escribir una carta, hacia donde apunta mi felicidad. Mi única felicidad.
Sabiendo que enseguida tendrás algo mío en tus manos, que también tú te
refugiarás de los tuyos para entregarte por unos instantes a mí.
Me pregunto qué
pensarás entonces. Si esto es una locura. Si debería dejar de escribirte. Si
debería pedir ayuda. Si tú misma deberías dejar de contestarme para no dar
pábulo a mi imaginación y, por tanto, a mi frustración. Pero quiero pensar que
no, que también algo de lo mío hay dentro de ti. Lo noté desde el primer
momento, ¿recuerdas? La primera vez que nos vimos, rodeados en la manifestación
de toda aquella gente que no dejaba de gritar e insultarse unos a otros. No, sé
que no lo olvidas porque aquel día tan triste para todos no lo fue para
nosotros. Conectamos. Se sabía en las miradas, en los gestos, en las pocas
palabras que pudimos dirigirnos solamente para asegurar nuestro contacto en un
futuro.
Pero claro, yo llegué
tarde y tú ya conocías al que sería tu marido. Quizá estabas enamorada
entonces, o eso me jurabas, y quizá lo sigas estando hoy en día, pero sé que
algo consigo despertar en ti y eso me mantiene vivo y desesperado.
Me despido ya, porque
enseguida dejaré de estar solo. Ella entrará en casa y debo borrar todas las
huellas, incluidas mis lágrimas y mi mala cara, que la hagan sospechar. Lamento
el tono amargo de estas líneas, pero sé que una de las cosas que te gusta de mí
es que desnudo mis sentimientos y me presento como un hombre íntegro y sincero.
Y a mí me gusta que te guste.
Siempre tuyo.»
Dobló
la carta y la guardó en su sitio. Paralizada, primero sintió rabia y luego le
invadió una extraña sensación de injusticia. Injusticia porque año y medio
atrás había descubierto a su padre besándose con una compañera de oficina en
una cafetería. Él la vio también y salió tras ella, deteniéndola e implorándole
que mantuviera aquel secreto, que se había equivocado y jamás volvería a
suceder. Se trataba, según él, de una vieja amiga que había aparecido en el
momento justo, cuando él y su madre pasaban una mala etapa.
Ella accedió y se lo guardó, pero siempre
sospechó que aquella relación ni se había limitado a un simple beso ni a un
solo encuentro. De hecho creía que seguía engañándola hoy en día.
Y mientras, su madre habla con un
desconocido de amores platónicos…
Se pregunta qué ejemplo seguir, si el de la
infidelidad o el de la estupidez. Lo único que tiene claro es que,
efectivamente, eso del amor para toda la vida es cosa de cuentos y películas
estúpidas.
Precioso, genial escrito, tu y yo sabemos que todo esto son más que letras. Te quiero
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