2 mar 2013

Coruña 21

Iba a contarlo en plan testamentario, el sábado pasado, tipo «Aviso a navegantes. Mañana puede que me muera y esta es la lista de mis posesiones y de las personas que quiero que la custodien: […]». Pero no. Al final me dio una pereza de la hostia y, joder, estoy bastante ocupado y no saco todo el tiempo que quisiera para esto. ¡Claro que no!
Así que aquí llego, siete días después (unos cuantos más desde la última vez que me digné a escribir), para relataros mi luctuosa y, a estos efectos, ineficaz jornada.
Se trataba de una carrera a las diez de la mañana, con un frío aquellos días que acojonaba sólo el pensar que yo debería ponerme en manga corta y pantalón corto para realizar una actividad bastante masoquista. Pero así soy, medio masoca, y estaba decidido a completar la media maratón (veintiún kilómetros con noventa y siete metros), en un tiempo bastante digno, y sentirme así no una persona estupenda, pero sí menos digna de ser expectorada por todos los santos del cielo.
Me había preparado desde semanas atrás, jodiéndome ligeramente el pie y la rodilla sólo lo justo para que me dijese a mí mismo: sí, aún puedes. Y cuando llegó el domingo por la mañana y me desperté a las ocho y desayuné mi tazón de cereales y mi zumo de naranja, sólo tuve que concentrarme en cagar, no fuera que me viniesen las ganas en medio de la carrera, y no os lo creáis pero… ¡lo conseguí! Justo antes de salir de casa. Todo emocionado… era el empujoncito que necesitaba para llegar motivado.
Y cuando me bajé del coche y, aunque llovía, comprobé que precisamente gracias al agua el frío no era tanto, la motivación fue casi total. Y digo casi porque joder… son veintiún kilómetros, que no es ninguna coña. En cualquier momento me podía dar una pájara y hasta luego Lucas. Por eso los nervios volvieron justo antes del pistoletazo inicial; por suerte, sin nada que soltar desde el intestino grueso.
Empezó. No voy a pararme a perder el tiempo en explicaros los pormenores del circuito y la carrera. Sólo diré que eran tres vueltas a lo mismo, todo en llano, y estábamos apuntados unos mil trescientos y pico.
En cuanto a sensaciones, pues fui controlando al principio, pensando en todo lo que me quedaba aún para terminar. A medio camino creí que la rodilla y, sobre todo, el pie, me jugarían una mala pasada, pero no, medio se anestesiaron como por arte de magia, y pude hacer una última vuelta bastante rápida, llegando a meta casi esprintando. El tiempo, hora treinta y nueve. Puedo estar orgulloso, ciertamente.
Después, al ropero, a estirar un millón de años, a comer y beber lo que te regalan, a la ducha, etcétera. Lo que no sé es si llegué a sentirme mejor persona, porque toda la tarde me la pasé tirado en cama: no podía moverme. Sí, me sentía mejor persona, sin duda.
Lo dicho, que soy masoca. Por eso repetiré.

2 comentarios:

  1. Un tiempo cojonudo Alex!!
    Enhorabuena!!

    ResponderEliminar
  2. muy interesante como ves la vida y a tus palabras
    abrazos desde lo lejos

    ResponderEliminar