28 ene 2014

No es país para pensionistas

Harry aguardaba en su mecedora del apartamento 69. Todavía no era la hora del espectáculo.
Para mantenerse motivado leía unos recortes de periódico que guardaba para momentos de espera:

«Aprobada la LSSP (Ley para la Sostenibilidad del Sistema de Pensiones)»
«El presidente asegura que con esta medida el superávit y la calidad de vida de los jubilados están garantizados.»
«Finalmente el Congreso, por unanimidad, dio luz verde al proyecto que entrará en vigor con carácter inmediato una vez sea ratificado por la Cámara Alta.»
«El Sindicato de Ancianos negoció hasta última hora un retraso de la jubilación de los setenta y dos a los setenta y cinco años a cambio de un decenio más de vida.»
«La edad de jubilación se mantiene en los setenta y dos años y los jubilados, que hoy en día representan el cuarenta por ciento de la población, percibirán el cien por cien de la pensión mientras permanezcan con vida.»
«A finales del mes de diciembre de cada año se ejecutarán a todos aquellos que cumplan ochenta desde enero hasta entonces, empezando por una primera criba con todos aquellos ancianos que superen dicha edad.»
«Las ejecuciones serán públicas y sólo podrán evitarse renunciando a cualquier pensión desde los ochenta años y firmando una declaración jurada en la que el anciano se comprometa a no acudir al médico bajo ningún pretexto hasta su muerte natural.»
«Con esta medida de contención del gasto el Estado se ahorrará más de quinientos mil millones de euros anuales en pensiones y medicamentos.»

A Harry se le revolvían las tripas sólo de pensarlo. Desde entonces siete millones y medio de ancianos pasaron por el paredón ante la impúdica mirada de políticos y familiares. Las protestas y revueltas iniciales dejaron paso a la insensibilidad más absoluta una vez se comprobó que la economía marchaba tras veinticinco años de crisis.
Era la hora. El alcalde daba un mitin en la plaza. Hablaba de impuestos, de jardines, de autobuses, de colegios, de basura, de agua, de luz, de bibliotecas... pero ni una palabra sobre la LSSP. Y todos le coreaban ante su inminente mayoría absoluta.
Se sacudió la cabeza y observó por la mirilla de su Barrett M82. El estrado estaba en el centro del objetivo. Cuando el alcalde cayese, en medio del revuelo, se encargaría también de unos cuantos peces gordos de primera fila —empresarios, compañeros políticos, líderes sociales—, que no faltaban nunca a aquellas ceremonias.
Cuando empezaban las despedidas y los agradecimientos, Harry notó que algo se le movía en sus pantalones. Se estaba empalmando ante la idea de engrosar la lista que había sucumbido a su fusil: tres alcaldes, cuatro diputados, dos senadores, quince miembros del gobierno y una treintena de personajillos más.
Por algo era el terrorista más buscado del país. Y sin que nadie le pagase por ello.
Antes de apretar el gatillo, un portazo atronó el apartamento 69. Cuando Harry quiso reaccionar tenía cinco policías encima dándole porrazos, puñetazos y patadas.
—¡Quieto, hijo de puta! ¿Qué ibas a hacer, eh? ¡Jódete, mamón de mierda! —le gritaban, mientras se sucedían los golpes.
Harry se protegió pero no pudo evitar el sufrimiento. Pronto se lo llevarían de allí a una cárcel donde seguirían torturándolo.
Pero poco le importaba. En realidad, sólo le preocupaba el no haber podido terminar su trabajito de aquella tarde.
El dolor era secundario. Al fin y al cabo tenía setenta y nueve años y medio.

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