Toni y Fran están
hablando de mí. Son mis compañeros de piso: dos mamarrachos eccehómicos que se creen con derecho a
insultarme porque follo más que ellos.
El caso es que
beben cerveza en el salón y se piensan que yo no estoy. Pero sí, sí que estoy, así
que pego la oreja a la pared para oír bien la conversación. Llevan un rato burlándose
de mi problemilla para ir al baño:
—Te lo juro,
tío —dice Toni—. En mi vida vi cosa igual.
—Cuenta cuenta
—dice Fran.
—Tenía ganas
de mear cuando llegué, ¿no?, cuando giro el pomo del baño y veo que está
ocupado. «Estoy yo», me dice. «Vale, vale», le contesto. «¿Te queda mucho?». «Un
rato».
—Ahí ya te
temías lo peor.
—Le digo:
«aunque sea déjame entrar a mear y sigue luego, que me meo», a sabiendas de que
aquello ya debía de oler a mierda.
—¡Qué huevos!
—Sí. ¡Pero es
que me estaba meando! Entonces va y me dice: «es que yo también estoy a punto.
Lo siento». Le digo que vale pero que se apure.
—Jajaja. Me lo
imagino sentado hinchándosele la vena de la frente por el esfuerzo para apurar.
—El caso es
que me voy. A la cocina, a la habitación. A cualquier sitio para no pensar que
la vejiga iba a reventarme. Nunca tanto pagaría por vivir en un piso con dos
baños.
—Bueno, ¿y tardó
mucho?
—Ahí está el
rollo. Pasan dos minutos. Tres. Cuatro. Cinco. Yo no sabía dónde meterme. Le
toco en la puerta: «tío, que me meo». Me dice: «ya va, ya va». Y yo: «Eso era
hace cinco minutos». Y me suelta: «es que me está costando un poco». Y yo: «¿un
poco? Joder tío, para eso coge el desatascador y enchúfatelo». Y me dice:
«cuanto más hablemos más me desconcentras». Y yo: «si no te sale déjame a mí y
luego sigue tú». Y ahí viene lo mejor. Tarda unos segundos y me suelta: «no,
que entonces tendría que empezar otra vez todo el proceso y tengo un poco de prisa».
—Jajajajaja.
—Ríete, ríete,
pero maldita la gracia en aquel momento.
—¿Y qué
hiciste?
—¿Qué iba a
hacer? Me cagué en la puta virgen y le dejé tranquilo a ver si así se
inspiraba.
—¿Y cuánto
tardó?
—Vas a flipar.
Me dio tiempo a ponerme el pijama, abrir la cama, preparar la ropa del día
siguiente, poner la pizza a calentar en el horno, colocar un plato y un vaso y
hasta a mandar un par de whatsaps.
—¡Joder!
—Y de pronto
¡oigo la cisterna! ¡Veinte minutos desde que le hablé!
—¡Impresionante!
—Corrí al
baño. Escuché que se abrochaba la cremallera y se subía los pantalones. Quitó
la cerradura y giró el pomo. La puerta se abrió por fin.
—¡Aleluya!
—Sí. ¡Aleluya!
En cuanto tuve espacio me colé y lo saqué de allí a empujones. Desde fuera va y
me dice: «Ya está. Todo tuyo». No le contesté porque apuré en bajarme los
pantalones y expulsar los nosecuantos mililitros de meada que me iban a reventar
la vejiga. No veas el gusto que me dio.
—Puedo
suponerlo.
—Cuando
terminé me di cuenta de lo más curioso. Me miré en el espejo y respiré
profundamente: ¡no olía a nada!
—¡Qué dices!
—A nada de
nada. El aire estaba limpio como en un puto bosque de eucaliptos. Incluso bajé
la cabeza hasta la tapa del váter y olí y nada.
—Entonces el
cabrón no cagó.
—Eso parecía.
Salí y le pregunté. Estaba en la habitación cogiendo unas cosas para largarse.
Se iba de fiesta. Le digo: «Cabrón de mierda. Estuviste ahí media hora». «Ya,
¿qué le voy a hacer?». Y yo: «pero no has cagado, ¿verdad?». Y él: «¿cómo lo
sabes?». «Hombre, porque no olía a nada». Se queda como pensativo un momento y
me dice: «es verdad, al final no me salió nada». Me enfado y le digo: «¿y para
eso estás media hora?». Me mira seriamente y me dice: «Toni: todos tenemos
nuestros problemas». Y va y pasa a mi lado, me da una palmadita en el hombro y
se pira.
—Con un par.
—Sí. Con un
par. ¿Quieres otra cerveza?
En ese momento
entro en el salón. Se quedan a dos velas:
—Qué hay —les
digo.
—Buenas.
—Buenas.
—Todo bien,
¿no?
—Sí —me dice
Toni—. ¿Te apuntas a unas cervezas?
No las tienen
todas consigo. Obviamente se preguntan si les he escuchado:
—No
—contesto—. Me piro por ahí. Pero gracias.
—¿De fiesta?
—pregunta Fran.
—Sí —me iba
hacia la puerta pero me volví—. Aunque antes voy al baño un momento.
—Iba a ir yo
también —suelta Toni.
—Espera que lo
mío es un segundo —le digo.
Entro, me
siento en el trono y suelto una cagada gigante en cosa de cinco segundos. Todo
el baño queda atufado y hay manchitas en las paredes del retrete que no se
colaron al tirar de la cisterna. Cuando salgo no ha pasado ni un minuto.
—Ya puedes
entrar —le digo a Toni, de vuelta en el salón.
—Gracias.
Se levanta, me
da una palmadita en la espalda y me dice que me lo pase bien. Salgo del piso
cuando él va camino del baño. La noche empezaba a gustarme.
Puede que suene a lamida de culo, pero chico, te estás convirtiendo en mi ídolo. Me encanta tu estilo y tienes la virtud de darle clase a lo escatológico. Y encima lo haces de forma divertida. En cierto modo, veo algunas similitudes con la forma en la que yo escribo, sobre todo en las novelas. No sé lo que me dirás a esto, pero me encantaría, algún día, escribir algo contigo.
ResponderEliminarUn saludo!
Muchas gracias Mr. M. Creo que hay que reírse de todo y ¿por qué no? También de lo escatológico.
EliminarEstaremos en contacto para ese posible proyecto en común.
¡Saludos!