11 ago 2014

En un lugar que sólo yo sé

Llevo sólo una hora en casa pero por fin estoy solo. Ni dios a mi alrededor. Ni dios jodiendo ni jodiente.
Ha sido un día de mierda. Por otro lado, ¿qué día no es un día de mierda? Tienes un serio problema si crees que no es una mierda regalar tus horas de vida a tipos y causas que te importan un carajo a cambio de un apunte en el haber de tu cuenta bancaria.
Me desvisto. Adiós traje. El guerrero ha sido derribado de su caballo pero al día siguiente se volverá a embutir en su armadura. La feria debe continuar y hay que estar listo para ser atacado de nuevo.
Me siento en la cama. Me froto el pelo. Intento detener el movimiento intermitente de mis piernas. Es un tic terrible. Me vuelvo a levantar. Entro en el cuarto de baño. El espejo refleja la cara de un viejo maltratado, o mejor dicho, flagelado en una especie de rito de una extraña religión cuyo objetivo parece el pronto sacrificio de todos sus adeptos. Todavía conservo la mirada inocente del niño que algún día fui, pero siento que el resto de mi cara terminará por devorarse a mis ojos y entonces nada en mí se parecerá a lo que creí ser, a lo que anhelo ser. Nada en mí será alma. Lo que queda de mi alma se habrá ido para siempre.
Orino. Duele un poco. Seguramente sean piedras en los riñones, pero ¿quién se atreve a hacerse una revisión? El exceso de información es malo, dicen, y yo digo que sí aunque se trate de tu salud.
Me pongo el chándal y zapatillas cómodas. Cojo pañuelos y llaves. El móvil se queda. Ni lo necesitaré ni lo quiero. Ojalá se pudra. Ojalá una tormenta magnética aniquile todo el sistema de comunicaciones.
Salgo. Estoy en la calle. Un vecino me saluda. Hay que devolverle el gesto. Camino. Sigo caminando. Nada me detendrá. Al final de la calle giro a la izquierda y después, ando una pequeña avenida hasta que los edificios desaparecen y puedo eludir el asfalto para seguir pisando. Frente a mí hay naturaleza. Una montaña. Un bosque. Muchos árboles. Muy verde. Avanzo por un caminito afortunadamente en desuso, lleno de maleza y de baches horadados por las riadas. Me pierdo entre los árboles. Ahora soy sólo un puntito en medio de la inmensidad del bosque. Una insignificancia a merced de los elementos. Me queda poco para llegar a mi destino. Por fin estoy, pero no puedo describirlo. Es un lugar que sólo yo sé. Me siento como puedo y contemplo alrededor. Soy parte del bosque y del mundo. Mi alma sigue viva. Me relajo e intento no pensar, sólo ser. Intento no hacer nada, vivir una especie de coma consciente y prolongarlo todo lo que pueda. Lo logro quince, veinte y hasta veinticinco minutos, hasta que el frío u otro agente externo me sacan de mi letargo.
Pero cuando vuelvo soy otro. Me he renovado. He adquirido fuerzas para volver a la realidad espantosa que hay al otro lado del bosque.
Menos mal que dispongo de ese ratito para mí. Un ratito para mí en ese lugar que sólo yo sé. Menos mal que dispongo de él porque si no... porque si no os juro que mato a alguien.

No hay comentarios:

Publicar un comentario