21 ago 2014

No hay huevos

Se lanzó desde la terraza de la habitación doscientos doce. Eran seis metros de altura, insuficientes para morir pero sí para llevarse una buena hostia. Así se las gastaban los chavales.
Diez minutos antes habían estado bebiendo él y los colegas. Era el viaje de fin de curso y tras asomarse a la terraza le habían estado comiendo la cabeza:
—No hay huevos a saltar —le decían.
—¿A que sí? —repetía él.
Espatarrado en el césped junto a la piscina, todos acudieron a ver qué tal estaba. Probablemente se había roto los dos tobillos, una tibia y la otra clavícula, pero cuando le rodearon abrió los ojos y entre terribles gestos de dolor dijo, con una sonrisa forzada:
—¿Veis?

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