26 ago 2014

Misión cumplida

Se acercaron a menos de un millón de kilómetros. Las luces de la nave se apagaron. Ya no eran más que un fantasma surcando el vacío espacial.
El capitán dio la orden y se activó el inhibidor de radares. El último gran invento para poder llevar a cabo la misión: la misión más importante en la historia de la especie y probablemente entre todas las especies del universo.
La velocidad era ahora menor. Se trataba de posicionarse en el sitio exacto, apretar el botón y aguardar a que los miles de experimentos realizados en el laboratorio no fueran una pérdida de tiempo y dinero, mucho dinero.
Estaban en órbita. Como un satélite más, ahora giraban en armonía con el planeta, en un baile entre un enano invisible y un gigante inconsciente del baile y de la música. Pero la música sonaría enseguida. Y sonaría bien fuerte.
Se percibía la tensión entre la tripulación. Sólo tenían ojos para el planeta que parecía inmóvil tras el cristal y oídos para el capitán, que no tardó en dar las órdenes oportunas.
Habló a sus soldados, uno por uno, y estos obedecieron mecánicamente. Tres, dos, uno, fuego: un destello amarillo salió de la nave a miles de kilómetros por segundo. Un minuto después voló en millones de pedazos aquel hermoso planeta azul con manchas marrones y blancas. La especie potencialmente invasora que lo habitaba era ya historia.
Misión cumplida.

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