31 ago 2014

Músicos y grupis

Eran buenos. Eran muy buenos. O mejor dicho, parecían bastante buenos.
The fair murders eran el grupo revelación del rock nacional y empezaban a quedárseles pequeños los garitos de copas. Pero allí estaban, dándolo todo en la sala Fanatic, una discoteca venida a menos que vivió sus años de gloria en los noventa y supo renovarse cuando se transformó en un degenerado cuadrilátero para peleas de bandas latinas.
Sonaba Bastard daughters, una de los cortes estrella de su primer y homónimo CD, y sería la penúltima canción, y digo penúltima porque a pesar de que el cantante había anunciado que con ella se despedirían, en el setlist de la banda estaba previsto que finalizasen definitivamente con Killed or alive, tras cuyo último rasgueo de guitarra se meterían directamente en el backstage sin dar pie a más peticiones del público.
El final del concierto no significaba el final de la fiesta. De hecho era el comienzo de la fiesta. Del fiestón. Durante el descanso previo al bis, los miembros del grupo habían desfilado uno a uno por la mesita entre los sofás improvisados, donde Kily, el batería, había planchado cinco tiros de coca que sumaban medio gramo. «Cinco buenas lonchas», decía Kily, para los cinco fenómenos que prometían arrasar de aquí a unos años. Con las narices apelmazadas les era menos cansado y más fácil rubricar cualquier actuación, y de alguna manera los ojos dilatados y las bruscas gesticulaciones formaban parte del espectáculo y extasiaban aún más a los fans de las primeras filas.
De nuevo en el backstage, bebieron agua y se cambiaron las camisetas sudadas. Se drogaron otra vez y salieron a mezclarse con las masas. Lo bueno de no ser todavía un grupo consagrado era que podían permitirse el lujo de terminar la noche bebiendo y hablando con sus fans con el solo precio de aguantar algunas preguntas y algún que otro pesado, lejísimos de que esas preguntas o esa pesadez fuesen insoportables o, incluso, peligrosos.
Así que allí estaban, recorriendo el paseíllo que conducía a la barra, recibiendo aplausos y palmaditas en la espalda. Los puños en alto y los pulgares arriba fueron una respuesta más que suficiente para enfervorizar a la muchedumbre.
Pidieron bebida. Por supuesto, invitaba la casa. Pronto empezó la ronda habitual de gente alrededor y comentarios banales: «sois la puta hostia», «pedazo de concierto», «vais a llegar muy lejos», «¿puedo sacarme una foto contigo?». Ellos se limitaban a ser correctos y concisos en sus respuestas. Eso bastaba.
Pasaron los minutos y las horas. Bebieron como cosacos y, sin embargo, apenas se emborracharon. Consecuencias de la droga y de la deshidratación del concierto. Por cierto, que la coca siguió corriendo nariz arriba cada vez que iban al baño de dos en dos o de tres en tres. En cierto momento nadie dudaba ya de que The fair murders estaban completamente drogados. Pero ¿qué importaba? La mitad de los presentes se drogaban también o les envidiaban por ello, así que todos contentos.
Pronto la sala se vació un poco y la banda se pudo sentar en unos sofás del fondo. Allí, relajadamente, con sus copas de alcohol bueno y disfrutando los efectos del colocón, dejaron que unas cuantas grupis les acompañaran. Un par de grupitos de cachondas cuasi-inocentes de entre los remolinos de las primeras filas y la barra.
Todo era admiración en los sofás, mientras ellos pensaban básicamente en lo ricas que debían de estar este o aquel escote, este o aquel culo, estas o aquellas piernas largas. Así que dejaron que a las chicas se les derritiese la baba y el efecto fair murders hiciese por ellos el trabajo sucio. Tenían muy pocas ganas de tener que trabajárselas pero de un tiempo a esta parte no solía ser necesario. Solía bastar con seguir la conversación, ser amables, pedirle al camarero que las invitase también a algo y luego ofrecerles su humilde habitación del hotel de cuatro estrellas para pasar la noche.
Tres de los chicos tenían novia pero ellas no los acompañaban en las giras salvo que les cuadrase al lado de casa. Por eso, bajo la filosofía del carpe diem que se habían impuesto en cuanto empezaron a tener cierto nombre en la escena musical, aquellos cinco chicos sin estudios y cuyo verdadero talento para la música era más que cuestionable, se follarían a cinco macizas que ya quisiera cualquier otro, y ya mañana dios dirá.

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