6 ago 2014

Los argumentos de la araña

Aquella araña delgada y patilarga llevaba en aquella esquina más de un mes. Hasta entonces no me había salido de los cojones levantarme y cargármela estrujándola con un pedacito de papel higiénico, pero una noche, creyendo que estaba muerta porque no había cambiado de posición en todo el tiempo que la recordaba, levanté del sofá mi pesado culo y soplé hacia el hilito de telaraña contra el que descansaba, a ver si reaccionaba. La sorpresa fue que sí, reaccionó, encogiéndose sobre sus patas y avanzando unos centímetros en un amago de esconderse en un agujero invisible de la pared.
—Vete a soplar a tu puta madre —la oí decir—. Estaba durmiendo.
—Creí que estabas fiambre.
—Pues no, capullo.
Busqué en el taquillón el spray mata-insectos. Podría usar el papel higiénico, pero recordé que tenía el bote de spray desde hacía años y jamás lo había usado. De vez en cuando uno percibe que debe usar las cosas que tiene.
Volví junto a la araña. Seguía encogida aunque no tanto como tras el soplido.
—¿A dónde vas con eso? —me dijo.
—¿Tú qué crees?
—¿Pretendes asesinarme?
—¿Asesinarte? ¡Eres sólo una araña asquerosa!
—¡Un momento! —gritó.
Había acercado el spray a medio metro y tenía el dedo índice sobre el disparador. La escuché:
—¿Por qué no me dejas vivir, eh?
—Porque eres un puto bicho que está todo el día en esa esquina sin hacer nada. Quizá en otra vida seas algo de provecho.
—¿Algo de provecho? ¿Algo como tú?
—Sí, por ejemplo.
—No me hagas reír, que si yo estoy todo el día aquí tú estás todo el puto día engordando tu nauseabundo culo en ese sofá lleno de polillas.
—Eso es el rato que tú me ves, pero me paso fuera muchas horas.
—¿Ah, sí? Pues venga, cuenta. Cuéntame cuántas cosas de provecho haces a lo largo de un día. ¡Vamos!
—Pues mira...
Me callé.
—¡Te escucho! —dijo—. Soy todo oídos.
En realidad la araña tenía razón. En mi vida no había nada más provechoso que tirarme en el sofá y dejarme morir lentamente.
—¿Lo ves? —dijo—. El que calla otorga.
—Puede ser —concluí—. Pero eso no implica que te vayas a salvar.
Me acerqué un poco más con el spray.
—¡Alto! —gritó otra vez.
—¿Ahora qué?
—Creo que no comprendes qué pasaría si me liquidas.
—No, pero seguro que tú me lo explicas.
—Que en el fondo estarías liquidando una parte de ti.
—¿Perdón?
—Sí, una parte de ti. En cierto modo yo soy tu alter-ego, yo represento esa parte pasiva tuya que, aún en su pasividad, aún en esta telaraña todo el día como tú dices, cumple sus funciones vitales y, a nivel de una araña, es feliz.
—¿Ein?
Agité el spray. Iba a disparar.
—Es una cuestión de envidia —siguió—. Me envidias por mi felicidad, por mi capacidad para conformarme con tan poco, mientras que tú con tan poco te pudres. ¿Quién es el que está en una esquina? ¿Quién es el bicho asqueroso de los dos? ¿Quién realmente se merece tragar ese spray?
—Bueno, pero...
No se me ocurría qué decir. En el fondo, no tenía argumentos para rebatirle a la araña, así que si la mataba esa muerte pesaría sobre mi conciencia como una gran derrota. Así que en lugar de disparar me di media vuelta, guardé el spray y me puse a pensar en todo lo que aquel bicho asqueroso me había dicho.

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