Aquella araña
delgada y patilarga llevaba en aquella esquina más de un mes. Hasta entonces no
me había salido de los cojones levantarme y cargármela estrujándola con un
pedacito de papel higiénico, pero una noche, creyendo que estaba muerta porque
no había cambiado de posición en todo el tiempo que la recordaba, levanté del
sofá mi pesado culo y soplé hacia el hilito de telaraña contra el que
descansaba, a ver si reaccionaba. La sorpresa fue que sí, reaccionó,
encogiéndose sobre sus patas y avanzando unos centímetros en un amago de
esconderse en un agujero invisible de la pared.
—Vete a soplar a
tu puta madre —la oí decir—. Estaba durmiendo.
—Creí que estabas
fiambre.
—Pues no,
capullo.
Busqué en el
taquillón el spray mata-insectos. Podría usar el papel higiénico, pero recordé
que tenía el bote de spray desde hacía años y jamás lo había usado. De vez en
cuando uno percibe que debe usar las cosas que tiene.
Volví junto a la
araña. Seguía encogida aunque no tanto como tras el soplido.
—¿A dónde vas con
eso? —me dijo.
—¿Tú qué crees?
—¿Pretendes
asesinarme?
—¿Asesinarte?
¡Eres sólo una araña asquerosa!
—¡Un momento!
—gritó.
Había acercado el
spray a medio metro y tenía el dedo índice sobre el disparador. La escuché:
—¿Por qué no me
dejas vivir, eh?
—Porque eres un
puto bicho que está todo el día en esa esquina sin hacer nada. Quizá en otra
vida seas algo de provecho.
—¿Algo de
provecho? ¿Algo como tú?
—Sí, por ejemplo.
—No me hagas
reír, que si yo estoy todo el día aquí tú estás todo el puto día engordando tu
nauseabundo culo en ese sofá lleno de polillas.
—Eso es el rato
que tú me ves, pero me paso fuera muchas horas.
—¿Ah, sí? Pues
venga, cuenta. Cuéntame cuántas cosas de provecho haces a lo largo de un día.
¡Vamos!
—Pues mira...
Me callé.
—¡Te escucho!
—dijo—. Soy todo oídos.
En realidad la
araña tenía razón. En mi vida no había nada más provechoso que tirarme en el
sofá y dejarme morir lentamente.
—¿Lo ves? —dijo—.
El que calla otorga.
—Puede ser
—concluí—. Pero eso no implica que te vayas a salvar.
Me acerqué un
poco más con el spray.
—¡Alto! —gritó
otra vez.
—¿Ahora qué?
—Creo que no
comprendes qué pasaría si me liquidas.
—No, pero seguro
que tú me lo explicas.
—Que en el fondo
estarías liquidando una parte de ti.
—¿Perdón?
—Sí, una parte de
ti. En cierto modo yo soy tu alter-ego, yo represento esa parte pasiva tuya
que, aún en su pasividad, aún en esta telaraña todo el día como tú dices,
cumple sus funciones vitales y, a nivel de una araña, es feliz.
—¿Ein?
Agité el spray. Iba
a disparar.
—Es una cuestión
de envidia —siguió—. Me envidias por mi felicidad, por mi capacidad para
conformarme con tan poco, mientras que tú con tan poco te pudres. ¿Quién es el
que está en una esquina? ¿Quién es el bicho asqueroso de los dos? ¿Quién realmente
se merece tragar ese spray?
—Bueno, pero...
No se me ocurría
qué decir. En el fondo, no tenía argumentos para rebatirle a la araña, así que
si la mataba esa muerte pesaría sobre mi conciencia como una gran derrota. Así
que en lugar de disparar me di media vuelta, guardé el spray y me puse a pensar
en todo lo que aquel bicho asqueroso me había dicho.
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