Todo empezó hace cosa
de un mes o dos.
Tenía sobre mi cama un
cuadro de la muerte. Era una muerte muy bonita, con los ojos rojos brillantes sobresaliendo
en su carita huesuda, con su túnica y con la boca abierta para dar más miedo,
apareciéndose de entre las nubes grises para intentar tocar con su mano un
barco zozobrante en medio de un mar embravecido de una noche de invierno.
Pues bien, de la noche
a la mañana —y fue así literalmente—, la muerte desapareció del cuadro. Sí,
desapareció del paisaje. Ya no estaba. Allí seguían el cielo gris y el mar
revuelto y el barco a pique, pero no había ni rastro de la protagonista del
cuadro, y en su lugar el paisaje se había completado con más nubes y más
océano, como si de otra instantánea de una desgracia inminente se tratara pero
esta vez sin la muerte por el medio.
Me preguntaba cómo
podría haber sucedido semejante extrañeza y, desde entonces, acontecieron cosas
muy muy raras. Cosas tremendas. Era como si la muerte que abandonó el cuadro
ahora estuviese rondando mi casa como un fantasma y se hubiera apoderado del
techo, las paredes, el suelo y todos los muebles. Se notaba una presencia
constante; no sé explicar la sensación exacta, aunque sí algunos hechos para
que os hagáis una idea.
Por ejemplo, la casa
está más fría. Pongo la calefacción a trabajar y sube un poco la temperatura,
pero hay permanentemente una corriente de aire que te entra por donde la espalda
pierde el nombre y te cala hasta la médula, y es inexplicable porque todas las
puertas y ventanas están cerradas. Otra cosa. Los chirridos. Suceden sobre todo
de noche. Escucho como si alguien estuviese en las lacenas de la cocina o en el
armarito del cuarto de baño, alguna
puerta se abre y se cierra sola y suena como si las bisagras necesitasen un
poco de tres en uno. También hay humedades. En muchas esquinas del techo
aparecen charcos de agua y grietas, y hablando con el vecino de arriba me dijo
que por esas zonas no tiene tuberías que puedan perder agua. Y lo más aterrador
es que se murieron todas las plantas y se desarrollaron telas de araña por
todas las esquinas, por mucho que riego las macetas y limpio bien el polvo y
mato todos esos bichos patilargos. Es como si de golpe hubiera cambiado el
ecosistema de mi casa y ahora fuera una especie de desván o trastero en desuso.
Pero lo más curioso es
que a raíz de todo esto también empezó a cambiar mi carácter e, incluso, mi
aspecto físico. Me noto más pálido. No fui nunca yo de tener muy buen color,
pero ahora mi cara parece enferma, débil, insustancial. También he adelgazado.
No tengo apetito. Antes comía como una lima pero de pronto empezaron a sentarme
mal la mayoría de comidas y mi dieta se limita a la cantidad justa de proteínas
e hidratos para realizar las funciones vitales. Se me notan todas las
costillas.
Por dentro me volví
más agrio, más malhumorado. Respondo mal cuando me hablan, rehúyo las
conversaciones y odio un poco a todos los seres humanos. Yo nunca he sido muy
extrovertido pero pasaba por atento y educado, y ahora soy sólo un pobre chico
que prefiere la soledad de su casa tenebrosa a la luz del día y la cálida
compañía de conocidos y amigos.
¿Qué me está
sucediendo?, me pregunto una y otra vez. Me atormenta la idea de no volver a
ser el de antes y, sin embargo, no puedo ni siquiera intentarlo, como si una
fuerza invisible me impulsase también a mí a convertirme en el ser despreciable
que soy. Y me temo que es ELLA esa fuerza misteriosa que está detrás de todo esto.
O peor aún, que en realidad, la muerte que se había salido del cuadro ahora
habita en mí; dentro de mí; que yo mismo soy la muerte, o por lo menos un
cadáver andante para quien los días en este mundo ya no tienen sentido.
No lo sé. De verdad,
no lo sé. Pero es así tal y como os estoy contando. Creo que ahora soy la
muerte y no sé si tengo superpoderes o alguna misión importante que cumplir,
pero espero por lo menos descubrirlo pronto porque os juro que esta vida que
llevo, o mejor dicho, esta no vida que llevo, no me gusta nada.
Oscurito el texto. Está bien planteada la paulatina metamorfosis del personaje, aunque es un poco previsible que lo que desapareció del cuadro se esté instalando primero en la casa y después lo tome a él.
ResponderEliminarMe dijiste que lo que subís en el blog es un pasatiempo para vos, pero no puedo con mi genio, porque escribís bien y tenés ideas interesantes. El final debería tener una vuelta de tuerca o algo que sorprenda, porque ya está cantado desde el comienzo.
No te enojes...eh... es sólo mi opinión.
Un abrazo, Alex.
Es posible y desde luego no me enojo. Agradezco tus comentarios aunque tengan una parte crítica. Además tengo que darte la razón en la previsibilidad del escrito. Y por cierto: lo único real es el cuadro, ¡créeme! Un abrazo.
ResponderEliminarMuy bueno, Alex.
ResponderEliminarToda la metamorfosis del protagonista y su entorno está relatada de manera excelente: enganchás al lector, sin dudas.
Siempre es muy bueno leerte.
¡Saludos!