1 dic 2015

Turbulencias

Quedaba poco para aterrizar. El piloto lo había anunciado y ya habíamos descendido bastante. Pero todavía no se veía el suelo por la ventana. Había demasiadas nubes grises y blancas allí fuera.
Llegó la primera sacudida; como una ligera bofetada. Hubo algún murmullo. Algo leve. Con la segunda y la tercera la cosa fue distinta. Se me levantó el culo del asiento y se escucharon unos cuantos gritos. La gente se acojonó. Pasaron unos segundos de paz pero luego vinieron más. Hasta cinco o seis, con continuidad en el tiempo, y hasta a mí se me escapó un «joder» en voz alta y, cuando me quise dar cuenta, la tía de mi derecha había puesto su mano sobre la mía, que descansaba en el reposabrazos común.
La miré. Estaba buena. Era todo lo que podía decir. Ya me había fijado antes en que estaba bien acompañado, pero tuvo que ponerme la mano encima para saber hasta qué punto.
Allí seguía su mano, haciendo presión sobre la mía, y la tía ni siquiera me miraba. Parecía buscar a las azafatas en el pasillo, como si ellas fueran capaces de detener las turbulencias.
Con la siguiente calma me miró por fin, pero su mano seguía ahí.
—Perdón —me dijo.
—Perdonada.
—Es que me asusté y...
—Ya.
—Fue un acto reflejo.
Sería un acto reflejo, no lo dudo, pero la mano seguía sobre la mía. Notaba su sudor.
—Estoy muy nerviosa —dijo—. No me gustaría morirme aquí dentro.
—Ni a mí.
Más turbulencias. Los elementos estaban de mi parte. Apretó mis dedos entre los suyos.
—Dios mío —dijo.
Los bebés lloraban. La gente llamaba a las azafatas. Una se levantó y dijo que permaneciéramos tranquilos y con los cinturones puestos, que aquello entraba dentro de lo normal.
—¿Normal? ¡Y una mierda! —dijo la chica.
—Muy normal no parece, no.
Estaba levemente empalmado. Me preocupaban un poco las sacudidas pero no podía evitarlo. Por la ventana seguían viéndose sólo unas nubes muy feas.
—Tiene que ser horrible morir así —dijo.
—No creo que muramos.
—¿Cómo lo sabes, eh? Si esto no para de moverse.
Hubo otra sacudida. La más fuerte hasta entonces.
—¡Ay! —dijo.
—¿Estás bien?
—No, no lo estoy. Soy joven, con toda una vida por delante. No quiero morir aquí, ¿no lo entiendes?
Me apretó aún más.
Se sucedieron otros tres meneos.
—A la mierda —dijo la chica.
En cuestión de uno o dos segundos, se inclinó hacia mí, agarró mi cabeza con la mano que tenía suelta y me plantó un morreo sin darme ocasión de reaccionar. No sé cuanto duró pero recuerdo su lengua enrollada con la mía, las sacudidas de fondo y los gritos de la gente. Cuando se me despegó, quitó también su mano de la mía y miró nuevamente al pasillo.
—Se me ha ido la olla, lo sé —dijo sin mirarme.
—Puede.
—Hago locuras cuando estoy nerviosa. Lo siento.
—No pasa nada.
Vino de nuevo la paz. Habló el piloto por los altavoces. Cambiaríamos ligeramente el rumbo para evitar turbulencias y buscar más visibilidad. Eso retrasaría el aterrizaje un cuarto de hora.
—Menos mal —dijo la chica.
—Todo vuelve a la normalidad.
—Ojalá.
Me miró un par de veces más durante lo que quedaba de vuelo; pero enseguida retiraba de nuevo la vista. Quizá no se percató de mi tremenda erección hasta que el avión tomo tierra y los pasajeros, ella la primera, aplaudieron como descosidos, como si se acabara de evitar una catástrofe y hubiera que ir en procesión a mamársela al piloto.
Nos levantamos del asiento. Ella cogió su maleta de mano del compartimento superior y se adentró en la cola del pasillo. Yo hice lo mismo pero no coincidí a su lado.
Bajamos del avión. En la terminal nos vimos a lo lejos y ella dijo adiós con la mano. Yo levanté la mía también. Cuando accedimos a la zona donde esperaban los familiares, ella se quedó con un chico que traía un gran ramo de rosas. Se dieron un emotivo abrazo. Seguro que ella tendría una emocionante historia que contarle, aunque imagino que omitiría ciertos detalles.
Pasé al lado de la parejita sin mirarles. Crucé por el medio de bastante gente y me dirigí a la parada de taxis. Todavía me quedaba un rato para llegar a casa. Una paja en el baño sería lo mínimo después de aquello.

1 comentario:

  1. Jajaja!!! Alguna vez me ha ocurrido. Me refiero a lo de las erecciones en el avión, no a que el pivón del asiento contiguo se me abalance encima; que es que me quedo dormido y me despierto empalmado.
    Y no digo yo que todos los vuelos tengan que ser así, pero con lo aburridos que son, experiencias como la que narras tienen que hacerlos más entretenidos por lo menos.

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