Otra
cosa no, pero Fer estaba en forma. Muy en forma. Muchísimo. Era una bestia
parda. Un todoterreno.
Había
encontrado el cristal de un escaparate y lo había comprobado. Nadie por un
lado. Nadie por el otro. Nadie dentro. Se levantó la camiseta y admiró aquellos
ocho cuadraditos como si fueran sus hijos. No en vano le había costado más
trabajo conseguirlos que uno o dos churumbeles. Unas tres horas al día cinco o
seis días a la semana, amén de la piscina y las horas corriendo por el parque.
Pero
ahí estaban los resultados. Un cuerpo de diez. Fuerte y marcado. Delgado pero
musculado. Un portento. Un toro. Fuerza y resistencia infinitas. La portada de
Men's Health, ¿por qué no?,
Fer
reflexionó sobre todo aquello. Todo aquel tiempo invertido. Aquel propósito
hecho un buen día cinco o seis años atrás, de dejar de ser un enclencle sin
media hostia para convertirse en un cuerpo enviadiable por los tíos y que
pusiera cachondas a las tías. De lo primero posiblemente podrían dar fe algunos
compañeros del gym. Para lo segundo no bastaba con vestir camisetas ceñidas y
quedarse en pie a la orilla del agua creyendo que todas las miradas se
dirigirían a ti con admiración. Había también que procurar no parecer un obseso
en cuyo cerebro cupiese algo más que mancuernas y series de abdominales.
Aunque
para eso era ya tarde. Su perfección exterior creció al mismo tiempo que su
simpleza mental. Desaparecieron los sentimientos e inquietudes que antaño habían
poblado su cabeza. Dejó de ser el niño listo y bueno para ser el tiarrón
fuerte. La imagen del póster. La pegatina de los botes de proteínas.
Fer
se palpó los bíceps y los pectorales. Seguían en su sitio. Firmes y duros. Pero
sintió una blandura que no recordaba y echó a llorar. Avergonzado, se tapó la
cara porque no podía detener el llanto, y corrió hacia casa procurando no ser
visto. Él, el hombre diez, llorando como una nenaza y subiendo a encerrarse en
su cuarto como si la niña que le gustase acabara de darle un beso en la mejilla
a otro niño.
Tirado
sobre la cama, Fer lloró y lloró y cuando mamá entró a preguntarle qué le
pasaba, dijo posiblemente no sin razón, que acababa de descubrir que su vida
era una auténtica mierda.
Muy bueno, Alex. Cuántos tipos parecidos conozco... bueno, infinidad, ja: mucho músculo, poco cerebro. El cierre es magnífico.
ResponderEliminarSaludos.