9 nov 2011

Cuando éramos personas

No siempre es necesaria una larga observación para obtener conclusiones. A veces bastan unos días de vivencia y de hartazgo consecuente. Entonces aparece el miedo a pensar que te has equivocado durante muchos años. Y ese miedo te empuja a seguir. A adentrarte en algo que detestas, en algo que cambiarías por infinidad de cosas. Y a medida que entras todo empeora, desaparecen tus escasas ilusiones y comienzas a hacerte preguntas.
Pero no te gustan las respuestas e intentas darles la vuelta. Procuras divisar alguna esperanza; mentirte a ti mismo y a los demás. Tratas de ver un final feliz en un futuro no muy lejano. Pero en lo más hondo sabes que no hay finales felices.
Te planteas un reinicio victorioso, ahora sí por el buen camino. Pero es tan difícil que no cuentas con la valentía suficiente. Y ni siquiera sabes si aún atreviéndote hallarías la felicidad.
Tiemblas cuando concluyes que es posible que hayas perdido mucho, muchísimo tiempo. Entonces te ves solo en el mundo y te frenas viéndolo girar a tu alrededor. Te sientes fuera de él, y él es indiferente a ti. A tus dudas, a tus miedos, a todo lo que has sido y creías llegarías a ser. No te has adaptado, pero jamás lo reconocerás. Dirás que tu vida tiene un sentido. Fingirás que lo que haces está bien hecho. Y cuando tu angustia florezca, te preguntarán y proclamarás que vendrán tiempos mejores. Construirás castillos en el aire.
Pero esos castillos se derrumban. Día a día descubres que todo es dinero, mentira, hipocresía. Lo demás no importa. Y ese mundo te es ajeno. O eso creías, porque poco a poco te ves atrapado en la telaraña, mientras el monstruo se acerca sin que vislumbres una escapatoria. Oyes bocinas, te mueves entre prisas, el tiempo apremia, el dinero se escapa. La gente se disfraza con trajes. Nadie sonríe. ¿De verdad es eso lo que quieres? Quieres responder que no, que tú estás por encima. Pero al mismo tiempo te pones tu traje, has dejado de sonreír y empiezas a mentir, a pensar en dinero. Eres casi uno de ellos.
Entonces te cuestionas para qué ha servido todo. No sólo tu vida entera. La vida en general. ¿Para qué tanto progreso? ¿Vives mejor ahora? ¿Es esto lo que llaman bienestar? Te dan ganas de cagarte en el progreso, en el bienestar, en el dinero, en todo. Sueñas con un mundo diferente. Imaginas una época pasada, cuando éramos personas. Cuando no tenías nada de lo que tienes hoy, salvo una cosa: felicidad. Eras niño; te creías la última mierda. Todo lo que vendría lo superaría. Y en cambio... gastas tu tiempo en algo que no crees. Te dejas la piel por un puñado de papeles verdes.
Dudas si esa época existió; si alguna vez fuiste persona. Quieres pensar que sí. O existe una forma de vida digna o si no ¿para qué has nacido? Sueñas al menos con un rincón apartado del mundo, donde sin embargo te sientas en el mundo más que ahora, en medio de toda la porquería que te rodea y que te mancha hasta ser tú mismo. Quieres una vida sencilla. Eso es todo.
Mientras, deambulas muerto, infeliz, atrapado, deseando tener valor. Recordando una época en la que todo era más fácil. Una época en la que éramos personas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario