16 nov 2011

La verdadera crisis

Tengo por costumbre –buena para mí, estúpida para otros–, darles algo a los tíos que vienen a pedirme en los semáforos. Me llama la atención que son casi siempre hombres. Las mujeres pobres suelen ser más de acera o de puerta de supermercado.
Siento predilección por los negros, lo reconozco. Me suelen caer simpáticos con su sonrisa, su educación y todo eso, y me cuesta decirles que no tengo nada cuando no tengo suelto. 
Después está la cantidad. Lo normal es que oscile entre treinta y cincuenta céntimos. Si estoy decidido a dar y no tengo menos, puede que les caiga un euro. Muchas veces me pregunté cuánto se sacarían al día si cada coche les dejase cinco céntimos. Sale bastante, un sueldazo; los tíos escogen cruces bien transitados para colocarse.
Uno de los que le suelo dar es blanco. Cuando paso por su semáforo –uno de los mejores, con más de mil coches por hora y largos tiempos de espera–, casi siempre es él quien está. Es bajito, viste de cazadora, tiene una pequeña melena, gafas, gorra, y rondará los cincuenta y tantos. Cuando me detengo le veo venir ofreciendo sus pañuelos y sus caramelos, y siempre me hace la misma broma cuando le pago: «La propina, ¿no?», y se va al siguiente coche. Lo cierto es que no es propina, simplemente que no sé si mis céntimos son mucho, poco o da igual para pagar lo que ofrece, así que no le cojo nada, igual que casi todo el mundo.
El otro día me paré en su semáforo. Iba con mis padres. Estaba demasiado atrás en la cola y a él no le daría tiempo a llegar a nosotros sin que arrancásemos de nuevo. Así sucedió: el semáforo abrió y arrancamos. Él ya se retiraba hacia la mediana cuando pasamos a su lado.
–A este suelo darle siempre algo –le digo a mi madre.
Ella le miró y entonces dijo:
–Pero si a este lo conozco yo. Es Paquito –en realidad se llama de otra forma–. Vivía al lado de tu abuela. Pobriño, mira cómo acabó.
Mi madre me lo explicó. Resulta que Paquito había estudiado algo de electrónica –supongo que una FP, mi madre no lo sabía exactamente–, y trabajó durante años. La empresa eran él y el jefe, pero cerró y se quedó en la calle, sin nada.
Eso me hizo pensar. Paquito tenía estudios, no era un drogata, un alcohólico o un delincuente. Quizá no se merecía estar ahí como muchos se creen cuando le ven a él y a tantos otros.
Yo tengo una ingeniería y llevo sin trabajar de verdad más de un año. En mi familia no somos ricos y aunque vivimos bien, nadie me asegura que quizá algún día, si las cosas empeoran o se mantienen así demasiado tiempo, sea yo el que aparezca en un semáforo ofreciendo clinex, caramelos o ¿yo qué sé?, clases de matemáticas.
Puede que, como ahora hago yo, alguien se pregunte cuánto me podría sacar si todos me diesen cierta cantidad.

1 comentario:

  1. Supongo que todos nos lo preguntamos alguna vez, eres una gran persona y lo sabes. Muy bueno, me ha gustado mucho.

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