Iba a contarlo en plan
testamentario, el sábado pasado, tipo «Aviso a navegantes. Mañana puede que me
muera y esta es la lista de mis posesiones y de las personas que quiero que la
custodien: […]». Pero no. Al final me dio una pereza de la hostia y, joder,
estoy bastante ocupado y no saco todo el tiempo que quisiera para esto. ¡Claro
que no!
Así que aquí llego, siete días
después (unos cuantos más desde la última vez que me digné a escribir), para relataros
mi luctuosa y, a estos efectos, ineficaz jornada.
Se trataba de una carrera a las diez
de la mañana, con un frío aquellos días que acojonaba sólo el pensar que yo
debería ponerme en manga corta y pantalón corto para realizar una actividad
bastante masoquista. Pero así soy, medio masoca, y estaba decidido a completar
la media maratón (veintiún kilómetros con noventa y siete metros), en un tiempo
bastante digno, y sentirme así no una persona estupenda, pero sí menos digna de
ser expectorada por todos los santos del cielo.
Me había preparado desde semanas
atrás, jodiéndome ligeramente el pie y la rodilla sólo lo justo para que me
dijese a mí mismo: sí, aún puedes. Y cuando llegó el domingo por la mañana y me
desperté a las ocho y desayuné mi tazón de cereales y mi zumo de naranja, sólo
tuve que concentrarme en cagar, no fuera que me viniesen las ganas en medio de
la carrera, y no os lo creáis pero… ¡lo conseguí! Justo antes de salir de casa.
Todo emocionado… era el empujoncito que necesitaba para llegar motivado.
Y cuando me bajé del coche y, aunque
llovía, comprobé que precisamente gracias al agua el frío no era tanto, la
motivación fue casi total. Y digo casi porque joder… son veintiún kilómetros,
que no es ninguna coña. En cualquier momento me podía dar una pájara y hasta
luego Lucas. Por eso los nervios volvieron justo antes del pistoletazo inicial;
por suerte, sin nada que soltar desde el intestino grueso.
Empezó. No voy a pararme a perder el
tiempo en explicaros los pormenores del circuito y la carrera. Sólo diré que
eran tres vueltas a lo mismo, todo en llano, y estábamos apuntados unos mil
trescientos y pico.
En cuanto a sensaciones, pues fui
controlando al principio, pensando en todo lo que me quedaba aún para terminar.
A medio camino creí que la rodilla y, sobre todo, el pie, me jugarían una mala
pasada, pero no, medio se anestesiaron como por arte de magia, y pude hacer una
última vuelta bastante rápida, llegando a meta casi esprintando. El tiempo,
hora treinta y nueve. Puedo estar orgulloso, ciertamente.
Después, al ropero, a estirar un
millón de años, a comer y beber lo que te regalan, a la ducha, etcétera. Lo que
no sé es si llegué a sentirme mejor persona, porque toda la tarde me la pasé
tirado en cama: no podía moverme. Sí, me sentía mejor persona, sin duda.
Lo dicho, que soy masoca. Por eso
repetiré.
Un tiempo cojonudo Alex!!
ResponderEliminarEnhorabuena!!
muy interesante como ves la vida y a tus palabras
ResponderEliminarabrazos desde lo lejos